Si bien es cierto que el mundo se opone por principio a los creyentes al punto que, como lo advirtió el Señor, no debería sorprendernos que el mundo manifieste siempre de un modo u otro hostilidad hacia la iglesia y que, como lo dijo también Santiago, la amistad con el mundo sea enemistad contra Dios (Santiago 4:4); eso no significa ver la realidad de modo simplista, en blanco y negro, en donde el blanco sería la iglesia y el negro, el mundo. Porque ni la iglesia es blanca y sin mancha, ni el mundo es negro y sin matices. Si bien la gracia salvadora de Dios está reservada para sus elegidos que forman parte de Su iglesia, Dios también concede al mundo lo que la teología llama “gracia común”, por la cual, aunque no formen parte de la iglesia, hay un significativo número de personas en el mundo que simpatizan con la causa de Dios y pueden apreciar las causas justas asociadas a la iglesia. Para algunos de ellos, éste puede ser incluso el primer paso para llegar a ser creyentes. Pero, aunque no sea así, quienes en el mundo simpatizan a su pesar con la causa de Dios pueden llegar a ser en Sus manos, providenciales medios para mostrar su gracia y su favor a su pueblo cuando así se requiere, como sucedió contra todo pronóstico con los egipcios respecto de Israel, según lo leemos: “Habla con el pueblo y diles que todos ellos, hombres y mujeres, deben pedirles a sus vecinos y vecinas objetos de oro y de plata». El Señor hizo que los egipcios vieran con buenos ojos a los israelitas. Además, en todo Egipto Moisés mismo era altamente respetado por los funcionarios del faraón y por el pueblo” (Éxodo 11:2-3)
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