Teniendo presente el principio bíblico que afirma que: “… De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón… ” (Hebreos 9:22); es comprensible que todo pacto suscrito por Dios con los hombres involucre y demande el derramamiento de la sangre de una víctima que simboliza a la parte humana en el pacto y la sustituye a la hora de tener que pagar con su vida ꟷrepresentada en la sangreꟷ por sus pecados y transgresiones que la harían indigna de ser beneficiaria del favor de Dios que se halla implícito en el pacto en cuestión. Desde la elección de Abraham, que Dios ratificó mediante la celebración de un pacto con Él para garantizarle a sus descendientes la tierra prometida, pacto que incluyó el derramamiento de la sangre de una ternera, una cabra y un carnero, cortados a la mitad y debidamente separadas las partes entre sí, como se estilaba entre los pueblos de la antigüedad en el medio oriente para la celebración de un pacto; hasta el pacto suscrito con el pueblo de Israel en el desierto del Sinaí: “Moisés tomó la sangre, roció al pueblo con ella y dijo: ꟷEsta es la sangre del pacto que, con base en estas palabras, el Señor ha hecho con ustedes” (Éxodo 24:8). De ahí que en la antigüedad no se hablaba de “celebrar” un pacto, sino de “cortar” un pacto, por el papel crucial que la sangre desempeñaba para darle la debida validez y la esperada vigencia. Y entre todos estos pactos, ninguno supera el pacto redentor suscrito por Dios con los creyentes en el evangelio, garantizado y sellado con la sangre de Cristo en la cruz
Cortar un pacto
“Dada nuestra actual condición caída, todo pacto ofrecido y suscrito por Dios con los hombres involucra necesariamente un derramamiento de sangre”
Deja tu comentario