Y el Dios que se esconde
En el tratamiento emprendido desde el mes pasado para dedicar sendos artículos a tres libros del Antiguo Testamento que son los que se encuentran en el muy disputado pódium de mis preferencias, corresponde hoy el turno al segundo de ellos: el libro de Ester. Ester tiene, de hecho, algunos puntos de contacto con el libro de Rut en cuanto a los rasgos que hacen de este último mi libro preferido del Antiguo Testamento. En primer lugar, y el más obvio, es que ambos giran alrededor de mujeres protagonistas del relato, de una manera que reivindica el potencial y la importancia de la mujer para Dios y para el cumplimiento de sus propósitos en un, si se quiere, feminismo bien entendido. Y en segundo lugar, que en el libro de Ester también se aprecia la guía silenciosa, sutil y casi imperceptible de Dios que sincroniza con bondad, sabiduría y precisión los tiempos, sucesos y momentos aparentemente fragmentarios, contingentes e inconexos de la historia, encadenándolos con miras al cumplimiento de sus buenos propósitos.
Justamente, este último aspecto es mucho más marcado en el libro de Ester que en el de Rut, al punto que el libro de Ester bien podría ser un tributo al Dios que se esconde. Precisemos que en la tradición teológica cristiana del Antiguo Testamento existe un concepto denominado el Deus absconditus o el “Dios escondido”, basado en Isaías 45:15 que dice: “Y en verdad tú, Dios y salvador de Israel, eres un Dios que se esconde” (RVC). Un pasaje que no deja de ser en sí mismo enigmático y que se traduce de diversas maneras por las diferentes traducciones, entre las cuales cabe señalar las siguientes adicionales: “Ciertamente, oh Dios de Israel, Salvador, te manifiestas en formas misteriosas y extrañas” (NBV); “Verdaderamente, oh Dios de Israel, Salvador nuestro, tú obras de manera misteriosa” (NTV); “Isaías dijo: «Dios nuestro, tú eres un Dios misterioso, el Dios salvador de Israel” (TLA). Traducciones todas que hacen alusión al carácter misterioso e incognoscible de Dios que no puede, entonces, ser cabalmente abarcado por la mente humana. Pero sin perjuicio de éste, que es el sentido de fondo que se quiere transmitir con la expresión Deus absconditus, lo cierto es que la expresión bien puede hacer alusión literal a un Dios que se esconde.
No es este el lugar para desarrollar todos los inquietantes, pero siempre interesantes aspectos que dan pie a esta noción y hacen de ella un desarrollo importante en la teología cristiana y en la vivencia de fe. Si he mencionado este concepto teológico es debido a que Ester es el único libro del Antiguo Testamento en el que no se menciona el nombre de Dios. Es más, ésta fue una de las razones por las que los rabinos judíos debatieron su carácter inspirado antes de su aceptación definitiva en el canon del Antiguo Testamento. Y aunque no haya una conexión directa ni evidente entre ambos hechos, curiosamente Ester es el único libro del canon judío del que no se han encontrado copias entre los manuscritos descubiertos en Qumrán. Pero, en lo personal, es justamente este “Dios escondido” en el libro de Ester lo que me genera más fascinación del relato contenido en él. Porque para el lector atento, el hecho de que Dios esté escondido en medio de la narración, no significa ni mucho menos que no se encuentre presente obrando tras bambalinas. Además, al igual que en el libro de Rut, ésta es la manera habitual en que Dios se manifiesta hoy a los creyentes y a la iglesia en general, sin perjuicio de las maneras en las que Su presencia se manifestaba a favor de la nación judía de un modo mucho más explícito en medio de sus gestas y campañas en contra de los pueblos paganos con sus ídolos y costumbres disolutas contrarias a la ley.
Ester también me gusta porque, a la vez que Rut registraba el trato de Dios para favorecer la vida de la gente del común ꟷgente anónima sin especial influencia ni renombre, como la mayoría de nosotrosꟷ, en medio de ambientes tan sombríos y descorazonadores desde el punto de vista político y moral como el del grueso de la nación judía en el periodo de los jueces; al mismo tiempo Ester muestra como este Dios escondido obra también en los altos círculos de gobierno en medio de las conspiraciones de los poderosos, obrando con una magistral combinación de elegancia, sutileza, eficacia y precisión para frustrar sus maquinaciones, demostrando de este modo que si bien la política es un campo de la cultura donde Satanás ejerce un dominio de hecho como el que el Señor le reconoció cuando fue tentado en el desierto de este modo: “Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. ꟷSobre estos reinos y todo su esplendor ꟷle dijoꟷ, te daré la autoridad, porque a mí me ha sido entregada y puedo dársela a quien yo quiera” (Lucas 4:5-6), eso no significa que Dios haya renunciado a Su gobierno sobre el devenir de la historia humana, pues también es cierto que: “Por mí reinan los reyes y promulgan leyes justas los gobernantes. Por mí gobiernan los príncipes y los nobles, todos los jueces de la tierra” (Proverbios 8:15-16) y que: “En las manos del Señor el corazón del rey es como un río: sigue el curso que el Señor le ha trazado” (Proverbios 21:1).
Por eso, negar la presencia de Dios detrás de los acontecimientos narrados en Ester simplemente porque Su Nombre no se menciona en ninguna oportunidad es padecer de ceguera para no ver lo que está más allá de lo inmediatamente evidente. Xabier Pikaza afirma del libro de Ester que: “todo es puramente profano en su historia…” en donde las dinámicas que operan lo hacen: “… por medio de una política cercana a las intrigas de salón y a los favoritismos de alcoba…”, añadiendo no obstante de forma concluyente: “Ocultamente actúa Dios sin que sea necesario que aparezca su nombre”. En efecto, no ver el desenvolvimiento providencial de la historia en el libro de Ester, cuidosamente planificada en todos sus detalles, es no leerlo con atención o hacerlo con prejuicios, pues lo que estaba en juego en este caso era el total exterminio del pueblo de Dios en una iniciativa genocida de mayor alcance y envergadura que la que caracterizó el holocausto nazi durante la Segunda Guerra Mundial, que ejecutó, entre otros, a seis millones de judíos de manera sistemática.
El carácter personal de todos los protagonistas del relato también es fascinante y paradigmático, desde el frívolo y manipulable rey persa Asuero ꟷtambién conocido como Artajerjesꟷ, monarca de uno de los más grandes imperios conocidos de la antigüedad, que llegó a requerir una división política en 120 provincias o satrapías, según se nos informa en el libro de Daniel durante la época del rey Darío; pasando por el del poderoso enemigo de los judíos, Amán el “agageo”, descendiente probable de los gobernantes amalecitas enemigos de Israel a cuyo rey Agag, Saúl no ejecutó como se le había ordenado en su momento, razón que puede explicar la radicalidad de su odio contra los judíos, exacerbado por el hecho de que el judío Mardoqueo, tercer personaje de la narración, se negó a postrarse delante de él, pues, como lo dice Karl Friedrich Keil: “Si Mardoqueo se negaba a honrar a Amán. Debe buscarse el motivo de ello en la noción que para los persas tenía este acto: lo veían como un acto de adoración al rey, que en su función de encarnación de Aura Mazda debía ser adorado. Esta adoración, que sirvió para adorar y honrar a un dios, debía ser ampliada hasta los funcionarios reales, también a Amán como representante del rey. Mardoqueo no podía cumplir con ello sin negar su fe”.
Y finalmente, Ester, la heroína de la narración, cuyo nombre hebreo era Hadasá, una joven hermosa, inteligente, valiente y decidida a arriesgar su vida y su bienestar para honrar lo que su conciencia le indicaba y hacer todo lo que estuviera a su alcance ꟷbajo la sabia dirección de su primo Mardoqueo que la había adoptado y criadoꟷ, comprendiendo que había sido colocada en el sitio y en el momento indicado para evitar el arbitrario exterminio de su pueblo, encomendándose a Dios como está implícito en el ayuno de tres días que lideró y notificó a todos los judíos de Susa, la capital del imperio, que se hallaban por igual bajo la amenaza de muerte del decreto de Amán firmado por el rey, jugándose luego el todo por el todo para impedirlo y cambiar el curso de los acontecimientos de manera favorable al pueblo de Dios, como a la postre ocurrió en una sucesión de acontecimientos en los que se vislumbra la intervención de un poder y una voluntad superiores a las de todos sus protagonistas humanos, que no es otra que la del Dios escondido, no obstante siempre presente en medio de la historia humana.
El doctor Samuel Pagán brinda un inmejorable cierre a este artículo al decir: “El libro de Ester es un buen tratado de la responsabilidad humana en la manifestación de la voluntad divina… la historia humana es el escenario principal de las acciones divinas… Dios no está cautivo en las celebraciones históricas o litúrgicas del pueblo, sino que interviene de forma liberadora y decisiva en medio de las vivencias y realidades humanas… La teología de Ester es de esperanza y afirmación de futuro… las angustias presentes que afectan a la humanidad… no son la palabra final de Dios a la humanidad. De algún lugar vendrá el socorro, de algún sector inimaginable provendrá la ayuda que transformará el potencial de muerte en un ambiente de vida y celebración”. Y con esto dejamos servido el tercero y último de los artículos de esta trilogía, que dedicaremos el próximo mes al libro de los salmos.
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