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Estudios bíblicos

La construcción de torres

La vida del hombre puede describirse como una continua construcción de torres, o en otras palabras, proyectos de vida que aspiramos a poder realizar, propósito acerca del cual el Señor hizo la siguiente observación: “Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla?…” (Lucas 14:28-30). Vienen, pues, al caso los célebres versos que describen la fragilidad de la grandeza material o de cualquier otra índole que el hombre obtenga con independencia de Dios o sin darle el crédito que a Él le corresponde: “Torres que al aire su orgullo levantaron/a su gran pesadumbre se rindieron”. La Biblia menciona diversas torres que desempeñaron papeles destacados en la historia sagrada, comenzando por la torre de Babel: Luego dijeron: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo, nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra». Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo. Entonces el Señor dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma para que ya no se entiendan entre ellos mismos». De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra; por lo tanto, dejaron de construir la ciudad” (Génesis 11:4-8), siendo entonces Babel la torre más representativa del orgullo humano: el repetido intento del hombre por hacerse un nombre independiente de Dios, con una pretendida, presuntuosa e intolerable suficiencia y autonomía, con el secreto anhelo de igualarse a él, torre cuya construcción ha terminado siempre en fracaso. Jueces menciona la torre de Peniel con ocasión de la solicitud de ayuda de Gedeón a esta ciudad para derrotar del todo a sus enemigos comunes, los madianitas, ayuda que le fue negada en términos desobligantes: Desde allí subió a Peniel y les pidió lo mismo. Pero los de Peniel dieron la misma respuesta que los hombres de Sucot. Por eso advirtió a los hombres de Peniel: «Cuando yo vuelva victorioso, derribaré esta torre»” (Jueces 8:8).

Peniel es, pues,la torre de la indiferencia y la insolidaridad humana. Por eso Gedeón, aun sin la ayuda de los hombres de Peniel, logró sin embargo la derrota definitiva de los madianitas y al regresar victorioso, luego de castigar a los jefes de Sucot, cumplió igualmente su amenaza contra los habitantes de Peniel: “… También derribó la torre de Peniel y mató a los hombres de la ciudad” (Jueces 8:17). Poco después en un episodio similar, encontramos dos torres destacadas en medio de la guerra fratricida desatada por Abimélec: la de Siquén: “Al saber esto, los señores que ocupaban la torre de Siquén entraron en la fortaleza del templo de El Berit. Cuando Abimélec se enteró de que ellos se habían reunido allí, él y todos sus hombres subieron al monte Zalmón. Tomó un hacha, cortó algunas ramas y se las puso sobre los hombros. A los hombres que estaban con él les ordenó: «¡Rápido! ¡Hagan lo mismo que me han visto hacer!». Todos los hombres cortaron ramas y siguieron a Abimélec hasta la fortaleza, donde amontonaron las ramas y les prendieron fuego. Así murió toda la gente que estaba dentro de la torre de Siquén, que eran como mil hombres y mujeres…” (Jueces 9:46-49),y poco después la torre de Tebes: “Después Abimélec fue a Tebes, la sitió y la capturó. Dentro de la ciudad había una torre fuerte, a la cual huyeron todos sus habitantes, hombres y mujeres. Se encerraron en la torre y subieron al techo. Abimélec se dirigió a la torre y la atacó. Pero cuando se acercaba a la entrada para prenderle fuego, una mujer arrojó sobre la cabeza de él una piedra de moler y le partió el cráneo… Fue así como Dios le pagó a Abimélec con la misma moneda, por el crimen que había cometido contra su padre al matar a sus setenta hermanos” (Jueces 9:50-53, 56), torres de contienda, construidas sobre el cimiento de las hostilidades, agresiones y violencias mutuas entre los hombres. Entrando en el Nuevo Testamento encontramos la torre del viñedo: “»Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó un viñedo. Lo cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Luego arrendó el viñedo a unos labradores y se fue de viaje” (Mateo 21:33).

Esta torre es testigo de lo siguiente: “Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, mandó sus siervos a los labradores para recibir de estos lo que le correspondía. Los labradores agarraron a esos siervos; golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a un tercero. Después mandó otros siervos, en mayor número que la primera vez, y también los maltrataron. »Por último mandó a su propio hijo, pensando: “¡A mi hijo sí lo respetarán!”. Pero cuando los labradores vieron al hijo, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Matémoslo para quedarnos con su herencia”. Así que le echaron mano, lo arrojaron fuera del viñedo y lo mataron. »Ahora bien, cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores?».Hará que esos malvados tengan un fin miserable ꟷrespondieronꟷ y arrendará el viñedo a otros labradores que le darán lo que corresponde cuando llegue el tiempo de la cosecha” (Mateo 21:34-41), con lo cual los judíos de su época dictaron sentencia sobre sí mismos por rechazar al Hijo de Dios y crucificarlo en lugar de reconocerlo como el Mesías postrándose ante Él, justificando el rechazo de Israel por parte del Señor para abrir el compás de la aceptación y acogida divina a todos los pueblos paganos en la iglesia en virtud de la fe en Él. Torre que, entre todas las expresiones de la maldad humana, podríamos caracterizar como la torre de la ingratitud. En el evangelio de Lucas encontramos la torre de Siloé: “¿O piensan que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? ¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán a menos que se arrepientan»” (Lucas 13:4-5) que representa nuestros frustrados intentos de justificarnos por comparación, como si Dios se dejará enredar en estos sofismas de distracción que nos llevan a ver la astilla en el ojo ajeno sin lograr ver la viga en el propio: “¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga… en el tuyo?” (Mateo 7:3). La alternativa a todas estas torres fallidas nos la ofrece el libro de Proverbios con la torre de Dios:“Torre fuerte es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo” (Proverbios 18:10), la torre cuyo éxito está garantizado pues no es posible que fracase ni quede a medio construir y que ha demostrado permanecer firme y confiable a través de los tiempos.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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