La Pascua

La Pascua es uno de los puntos culminantes en la historia de Israel en general y, en particular, en relación con el éxodo o la salida de Egipto. Como tal, quedó grabada de manera indeleble en la memoria colectiva del pueblo de Dios como una evocación del éxodo, constituyéndose en un referente al cual podían volver para recuperar la esperanza en las épocas más difíciles y oscuras de su historia posterior, evocando su solemne institución: “Hablen con toda la comunidad de Israel, y díganles que el día décimo de este mes todos ustedes tomarán un cordero por familia, uno por cada casa… El animal que se escoja puede ser un cordero o un cabrito de un año y sin defecto, al que cuidarán hasta el catorce del mes, día en que la comunidad de Israel en pleno lo sacrificará al caer la noche. Tomarán luego un poco de sangre y la untarán en los dos postes y en el dintel de la puerta de la casa donde coman el cordero” (Éxodo 12:3-7), pues su sangre ꟷcomo lo hace después la sangre de Cristo a nuestro favorꟷ era una indicación para que Dios pasara de largo y no ejecutara su juicio sobre los israelitas. Por eso, para la iglesia es tanto o más importante aún, pues cobra mayor relevancia en la medida en que este suceso histórico central de la historia de Israel tipifica a Cristo, quien cumple en sí mismo en grado superlativo y de manera definitiva todas las esperanzas asociadas al cordero pascual, al punto que cuando Cristo acude al río Jordán a ser bautizado por su primo, Juan Bautista, éste al verlo exclamó de manera concluyente: “… «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29)