La Biblia distingue entre diezmos y ofrendas. Los primeros tienen carácter obligatorio delante de Dios, así como una proporción y un destino definidos, pues como su nombre lo indica, se trata de la décima parte de nuestros ingresos que debían ser entregados al tesoro del templo o, de manera equivalente, a la tesorería de la iglesia; mientras que las ofrendas son voluntarias y su monto y destinación son mucho más libres e indefinidos, como queda claro en la siguiente instrucción: “«Ordénales a los israelitas que me traigan una ofrenda. La deben presentar todos los que sientan deseos de traérmela” (Éxodo 25:2). Los eventuales malos manejos de estos recursos por parte de los responsables de administrarlos en la iglesia no deja de ningún modo sin piso el peso normativo que los diezmos tienen o deberían tener en la conciencia del creyente y su legitimidad y carácter más que lógico y razonable para el sostenimiento de la iglesia y sus ministros. Porque al igual que toda empresa humana, en especial las más nobles e inspiradoras, la fe también es susceptible de corromperse y de ser comercializada y explotada groseramente por quienes carecen de escrúpulos al respecto y rayan o incursionan así en el enriquecimiento ilícito. La mala administración no es, pues, excusa para que los creyentes dejemos de apoyar la obra de Dios con nuestros diezmos obligatorios y nuestras ofrendas voluntarias, pues la generosidad y la ayuda al sostenimiento de los levitas o pastores y a la obra social atraviesa toda la Biblia desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento más allá de consideraciones particulares
Diezmos y ofrendas
"A diferencia de los diezmos, que son obligatorios en conciencia, las ofrendas son voluntarias y proceden entonces del simple deseo de entregarlas”
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