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Estudios bíblicos

La señal del profeta Jonás

La búsqueda de señales de parte de Dios ha sido siempre un tema propio de la fe, desde las proverbiales señales que Gedeón pidió a Dios en el capítulo 6 del libro de los Jueces alrededor del vellón de lana, hasta las que los líderes judíos del primer siglo demandaban de Cristo en el curso de sus poco más de tres años de ministerio público. Como tal, el tema no está exento de controversia, pero en nuestro estudio de hoy nos centraremos en la respuesta que Cristo dio a los dirigentes judíos de su época, cuya importancia es tal que se recoge en dos oportunidades diferentes por Mateo en términos idénticos: “Jesús contestó: —¡Esta generación malvada y adúltera pide una señal milagrosa! Pero no se le dará más señal que la del profeta Jonás” (Mateo 12:39) y “¡Esta generación malvada y adúltera pide una señal milagrosa! Pero no se le dará más señal que la de Jonás». Entonces Jesús los dejó y se fue” (Mateo 16:4), al igual que por Lucas: “Como crecía la multitud, Jesús se puso a decirles: «¡Esta es una generación malvada! Pide una señal milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás” (Lucas 11:29). En efecto, la breve historia del profeta Jonás es señal incontrovertible de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo, pues la experiencia de Jonás es descrita así: “El Señor, por su parte, dispuso un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches en su vientre”(Jonás 1:17), a la que el Señor Jesucristo hizo de nuevo referencia de este modo: “Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de un enorme pez, también tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra” (Mateo 12:40). Pero la breve historia de Jonás recogida en los cuatro capítulos del libro que lleva su nombre es también señal de la elección divina, pues: “La palabra del Señor vino a Jonás, hijo de Amitay” (Jonás 1:1), del mismo modo que Dios escoge y llama a los suyos por nombre propio, ya que: “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que pidan en mi nombre” (Juan 15:16), poniendo sobre nosotros elevados privilegios y responsabilidades: “porque los regalos de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento” (Romanos 11:29).

Jonás es, por tanto, también una señal del deber que nos concierne de ejercer nuestro albedrío para obedecer las instrucciones expresas que Dios nos dirige, como al profeta: “«Levántate y ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia»” (Jonás 1:2), que hace extensiva a todos y cada uno de los creyentes la responsabilidad del centinela: “»Hijo de hombre, a ti te he puesto como centinela del pueblo de Israel. Por tanto, cuando oigas mi palabra, adviértele de mi parte. Cuando yo diga al malvado: “¡Vas a morir!”, y tú no le adviertes al malvado de su mala conducta, ese malvado morirá por causa de su pecado, pero yo te pediré cuentas de su muerte. En cambio, si tú adviertes al malvado que cambie su mala conducta y no lo hace, él morirá por causa de su pecado, pero tú habrás salvado tu vida” (Ezequiel 33:7-9). Jonás también ilustra la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios. Omnipotencia ya anunciada en estos términos a Abraham en relación con Isaac: “¿Acaso hay algo imposible para el Señor? Dentro de un año volveré a visitarte en esta fecha y para entonces Sara habrá tenido un hijo” (Génesis 18:14), junto con la omnisciencia y omnipresencia que hace inútil tratar de huir u ocultarse de Él, como lo intentó en vano Jonás: “Pero Jonás huyó del Señor y se dirigió a Tarsis. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis, pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor. Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos… Entonces el Señor dio una orden y el pez vomitó a Jonás en tierra firme” (Jonás 1:3-4; 2:10). Esta realidad llevó al rey David a declarar en su momento: “Señor, tú me examinas y me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo. ¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia?…” (Salmo 139:1-12).

Panorama que justifica también la advertencia solemne de Dios: “Aunque se oculten en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los atraparé. Aunque de mí se escondan en el fondo del mar, allí ordenaré a la serpiente que los muerda. Aunque vayan al destierro cautivos por sus enemigos, allí ordenaré que los mate la espada. »Para mal y no para bien, fijaré en ellos mis ojos»” (Amos 9:3-4) y la declaración concluyente del Señor en el evangelio: “No hay nada encubierto que no llegue a revelarse ni nada escondido que no llegue a conocerse” (Lucas 12:2). Pero Jonás también es una señal de la buena voluntad de Dios hacia el ser humano, como consta en la exhortación que nos dirige así: “Arrojen de una vez por todas las maldades que cometieron contra mí y adquieran un corazón y un espíritu nuevos. ¿Por qué habrás de morir, pueblo de Israel? Yo no quiero la muerte de nadie. ¡Conviértanse y vivirán!, afirma el Señor y Dios” (Ezequiel 18:31-32) y que vemos operando en el libro de Jonás, no sólo hacia él, sino también luego hacia los habitantes de la pagana Nínive a la que Dios lo envió: “Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez. Dijo: «En mi angustia clamé al Señor, y él me respondió. Desde lo profundo de los dominios de la muerte pedí auxilio, y tú escuchaste mi clamor… ¡Quién sabe! Tal vez Dios cambie de parecer y aplaque el ardor de su ira, y no perezcamos». Al ver Dios lo que hicieron, es decir, que habían abandonado su mal camino, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción que había anunciado. Pero esto disgustó mucho a Jonás y lo hizo enfurecer. Así que oró al Señor de esta manera: ꟷ¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios misericordioso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes” (Jonás 2:1; 3:9-4:2). Y no es para menos, pues Dios: “… quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad” (1 Timoteo 2:4), razón por la cual: “si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). Por todo esto, ¿qué otra señal necesitaríamos además de la de Jonás?

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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