fbpx
Conferencias

Qumrán y los rollos del Mar muerto

El descubrimiento arqueológico del siglo

El descubrimiento en 1947 de los famosos rollos del Mar muerto hallados en sus inmediaciones, en las cuevas del desierto en el lugar conocido como Qumrán, ha sido catalogado unánimemente como el descubrimiento arqueológico del siglo, al mismo nivel del descubrimiento en siglos pasados de la Piedra de Rosetta que permitió la comprensión de la escritura jeroglífica egipcia o la inscripción de Behistún que dio el impulso decisivo a la aparición de la especialización de la asiriología en el campo de los estudios arqueológicos modernos. Si bien es cierto que la historia de la manera en que los rollos fueron descubiertos, recopilados y organizados para que los especialistas pudieran finalmente estudiarlos es una narración intrigante y apasionante que genera mucho interés, al mejor estilo de una emocionante novela, por razones de espacio debemos obviarla aquí para concentrarnos en sus aspectos más relevantes desde la óptica del cristianismo. De hecho, el que se hubieran conservado durante tanto tiempo es algo del todo inusual en vista de la manera en que los judíos daban reverencial sepultura a los manuscritos bíblicos desgastados de modo que retornaran al polvo de la tierra. Pero felizmente, parece que la intención de la comunidad de Qumrán al esconderlos ꟷpertenecientes a la secta judía de los eseniosꟷ no era sepultarlos, sino protegerlos de los ataques romanos durante la insurrección judía contra el imperio en el año 67 d.C. que culminó con la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C. bajo el mando del general y posterior emperador Tito, hijo de Vespasiano, el emperador romano que sucedió a Nerón a su muerte un año después de estallar la rebelión.

Comencemos, entonces, por señalar su principal importancia para el judeocristianismo. Esta importancia consiste en que los rollos acallaron los ataques de los escépticos dirigidos contra la fidelidad e integridad de nuestras Biblias actuales, pues a pesar de proceder de más de 2000 años atrás ꟷpues están fechados entre el año 250 y el 65 a. C.ꟷ y de estar separados también por más de un milenio de las copias en hebreo más antiguas disponibles del Antiguo Testamento ꟷel llamado “Texto Masorético”, que data de cerca del año 1000 d. C.ꟷ, su correspondencia con él es asombrosa, demostrando que el cuidado que los judíos tenían, no ya únicamente en el propósito de transmitir fielmente la tradición oral, sino también la tradición escrita alrededor de las Sagradas Escrituras, es digno de admiración y elogio. Porque a pesar de que el material bíblico encontrado es aproximadamente de tan solo una cuarta parte del material escrito total descubierto en las cuevas, es sin embargo suficiente para dejar establecido con solvencia lo anterior. Además, el material bíblico (unos 202 de los 830 documentos diferentes hallados y extraídos de las cuevas) incluye al menos una sección completa de cada libro del Antiguo Testamento, con la única excepción de Ester. Cabe mencionar también que del libro de Isaías se dispone de un rollo completo y su casi exacta correspondencia con el texto masorético más de mil años posterior a él está fuera de discusión.

Pero debemos ampliar nuestra visión más allá del material bíblico para entender que este descubrimiento consiste en el hallazgo de toda una biblioteca conformada, como lo dice Jeffery Sheler: “durante el periodo fundacional tanto del cristianismo como del judaísmo moderno”. Una biblioteca escrita para un grupo de contemporáneos de Jesús de Nazaret y de importantes rabinos mencionados tácitamente en los evangelios, como Hillel y Shamai, o también de manera expresa en el libro de los Hechos de los Apóstoles y las epístolas paulinas, como Gamaliel, nieto del primero. Ahora bien, la tarea de reconstrucción de esta biblioteca era monumental, pues buena parte del material consistía en fragmentos, algunos de ellos muy frágiles y quebradizos y con no más de unas pocas letras, que había que armar cuidosa, dispendiosa y pacientemente, como si se tratara de un enorme rompecabezas con menos de la mitad de sus piezas y en el que muchas de ellas parecían encajar casi en cualquier lugar. Esto, unido al deseo de sus depositarios y custodios originales, un grupo muy pequeño de eruditos seleccionados, de conservar los derechos exclusivos en su análisis y publicación, a la manera de una primicia, carentes además de plazos fijos de entrega (así tenían trabajo vitalicio), explica la lentitud y dificultad en la publicación del material que tomó casi medio siglo y dio pie, como sería de esperarse, a sus correspondientes, imaginativas, pero siempre infundadas teorías de conspiración.

A raíz de todo esto y el monopolio ejercido sobre su análisis y publicación, un buen número de eruditos excluidos del proyecto consideran a este descubrimiento ꟷo más bien al manejo que se le dioꟷ “el escándalo académico por excelencia del siglo XX”. Y no les falta razón si tenemos en cuenta que, como lo señaló en su momento, casi 30 años luego de su descubrimiento ꟷya para el año de 1976ꟷ, Theodor Gaster de la Universidad de Columbia y lo recoge Jeffery Sheler: “… «debido a los riesgos de mortalidad», el cerrado monopolio sobre los escritos «impediría que una generación completa de eruditos entrados en años pudiera contribuir»”. Sea como fuere, hoy ya se ha liberado y publicado en medios especializados todo el material encontrado y, de este modo, se ha demostrado que no había en realidad ningún fundamento para las teorías conspirativas alrededor de ellos, ni para poner seriamente en tela de juicio la autoría generalizada de estos escritos que los eruditos hacen, atribuyéndolos casi unánimemente a la secta judía ascética de los esenios mencionada en diversos documentos de historiadores de la antigüedad, entre ellos en los escritos del historiador judío Flavio Josefo.

La importancia de este hallazgo para las ciencias bíblicas es invaluable y se refleja en el hecho de que los ministerios de traducción bíblica tienen ahora que recurrir a ellos para llevar a cabo proyectos de traducción más fieles y confiables que tengan en cuenta todo el cúmulo de manuscritos disponibles a la fecha. Y en este propósito los rollos del Mar muerto adquieren un peso indiscutible, por encima de traducciones de la Biblia muy antiguas también como la llamada Septuaginta o Versión de los Setenta, una famosa traducción del Antiguo Testamento al griego llevada a cabo en Alejandría aproximadamente por la misma época en que se escribieron los rollos del Mar muerto, que fue justamente de la que citaban el Señor Jesucristo y todos los autores del Nuevo Testamento. La conclusión puntual de los eruditos es que, al decir de uno de ellos, Eugene Ulrich, editor en jefe de los textos bíblicos de Qumrán para una colección de la Universidad de Oxford: “Los rollos han mostrado que nuestra Biblia tradicional se ha conservado con asombrosa precisión durante más de 2.000 años” y que, por ejemplo, en relación con el libro de Isaías hallado en Qumrán, Jeffery Sheler nos informa que: “Salvo algunos errores secundarios de los copistas, los eruditos solo han hallado trece variaciones relativamente pequeñas en comparación con el texto moderno, como una o dos frases o versos omitidos o añadidos”. Ulrich sostiene acertadamente que el lector de hoy: “observaría estas diferencias y diría: ‘no son gran cosa’”. Y no lo son porque, como continua Sheler: “… no alteran el significado del texto, y en conjunto dan testimonio de la meticulosa exactitud de los escribas masoréticos que habían copiado la Biblia a mano en el trascurso de los primeros mil años de historia en común”.

Sin embargo, contra este trasfondo, vale la pena examinar con algo de detalle algunas de las variaciones encontradas, pues no dejan de ser fascinantes e incluso desconcertantes en algunos casos. En algunas de las copias de los libros bíblicos hallados en Qumrán hay, ciertamente, omisiones del contenido bíblico que hoy disponemos, así como algunas adiciones y en otros casos el material está ordenado de manera diferente a las Biblias tradicionales tal y como las tenemos hoy. En el examen minucioso al que fueron sometidos los rollos, se encontró, por ejemplo, que algunas versiones de los salmos contienen nueve más de ellos atribuidos a David que no están en nuestras Biblias, si bien los 150 salmos de nuestras Biblias tradicionales parecen estar todos incluidos, aunque estén ordenados de diferente forma. El contenido de estos nueve salmos adicionales está muy en línea con los de nuestro actual libro de los salmos, pero la verdad es que muchos eruditos dudan que David haya escrito estos salmos adicionales hallados en Qumrán, siendo por tanto un caso más de la abundante literatura seudoepigráfica ꟷes decir, escrita por autores desconocidos, pero atribuida a personajes famosos del pasadoꟷ que proliferó en los siglos finales del Antiguo Testamento y los dos primeros siglos de la era cristiana. De todos modos, no es probable tampoco que los hayan escrito los esenios, pues tres de ellos figuran en otros documentos antiguos. Uno figura en la Septuaginta como el salmo 151 y otros dos en las escrituras de los cristianos sirios, todo lo cual demuestra el gran aprecio y reverencia que los judíos tenían hacia el salterio y su convicción de que su redacción era producto de la inspiración divina.

Tan interesante como el descubrimiento anterior, es el hallazgo de un pasaje antes desconocido encontrado en una copia del libro de 1 Samuel en Qumrán. Este pasaje es una adición a 1 Samuel 1:22 que en nuestras Biblias dice: “Ana no lo acompañó. ꟷNo iré hasta que el niño sea destetado ꟷexplicó a su esposoꟷ. Entonces lo llevaré para dedicarlo al Señor y allí se quedará el resto de su vida” a lo cual el fragmento de Qumrán añade: “y haré de él un Nazir por el resto de su vida”. En realidad el texto no añade información nueva, pues es claro que Samuel, al igual que Sansón antes de él y Juan Bautista después de él fueron consagrados a Dios como nazareos de por vida. Pero algunos tratan de relacionar de manera un poco forzada esta adición explícita con el pasaje de Mateo 2:23 en el que el apóstol y evangelista dice: y fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret. Con esto se cumplió lo dicho por los profetas: «Lo llamarán Nazareno»”, una profecía que no se encuentra en ninguno de los profetas del Antiguo Testamento y que entonces algunos tratan de asociar a esta adición al primer libro de Samuel hallada en Qumrán, lo cual, a pesar de que la similitud entre los términos sea llamativa, es poco probable que sea la profecía que Mateo tenía en mente, pues en 1 Samuel se refiere al voto de nazareato, mientras que Mateo está hablando de la asociación de Cristo con la menospreciada población de Nazaret de Galilea en la que fue criado, ambas cosas muy diferentes. Sea como fuere y dado que el historiador judío del primer siglo, Flavio Josefo, también incluyó esta adición en una paráfrasis bastante semejante en su libro Antigüedades de los Judíos, Sheler nos informa que: “Convencidos de su autenticidad, los editores de la Nueva Versión Estándar Revisada de la Biblia (New Revised Standard Version) han insertado esta frase en el texto bíblico moderno, con una nota que la atribuye a los rollos de Qumrán”. Valga decir que en español la versión Palabra de Dios para Todos también la ha incluido.

Otras correcciones llevadas a cabo en unas pocas ediciones modernas de la Biblia ꟷmayormente como notas aclaratorias de pie de páginaꟷ, con base en el texto de Qumrán incluyen la que se ha hecho a Éxodo 1:5, que en todas las traducciones dice: “En total, los descendientes de Jacob eran setenta. José ya estaba en Egipto”, pero en los documentos de Qumrán habla de setenta y cinco, al igual que en la Septuaginta, que fue de donde el diácono Esteban citaba cuando dijo en Hechos 7:14: “Después de esto, José mandó llamar a su padre Jacob y a toda su familia, setenta y cinco personas en total”. Esta corrección no es tan significativa como la adición incluida también por la New Revised Standard Version como un párrafo sin numerar antes del capítulo 11 de 1 Samuel. Un párrafo completo que provee contexto a la narración del capítulo que sigue. Párrafo que dice: “Pues bien, Najás, rey de los amonitas, había estado oprimiendo penosamente a los gaditas y rubenitas. A cada uno de ellos les quitaría el ojo derecho y no permitiría a Israel tener un salvador. No quedó ni un israelita a lo largo del rio Jordán a quien Najás, el rey de los amonitas, no le hubiera sacado el ojo derecho. Pero había siete mil hombres que habían escapado de los amonitas e ingresado a Jabes de Galaad”. Con este antecedente tiene mayor sentido lo que leemos enseguida en 1 Samuel 11:1-2: Najás, el amonita, subió contra Jabés de Galaad y la sitió. Los habitantes de la ciudad le dijeron: ꟷHaz un pacto con nosotros y seremos tus siervos. ꟷHaré un pacto con ustedes ꟷcontestó Najás el amonitaꟷ, pero con una condición: que le saque a cada uno de ustedes el ojo derecho. Así dejaré en desgracia a todo Israel”. Este párrafo también lo conocía el historiador judío Flavio Josefo, pues la paráfrasis que hace de ese pasaje en sus Antigüedades de los Judíos así lo indica. Así que, con base en esto, es posible que los escribas judíos que copiaron el texto masorético se hallan saltado por error este párrafo cuando lo copiaban.

Hay también algunas otras variaciones leves en el orden o en la secuencia de los hechos, como la que encontramos en un episodio del libro de Josué en relación con el altar levantado por el pueblo en el monte Ebal. Orden que los eruditos consideran más lógico en la versión de Qumrán, que en el de nuestras Biblias actuales y que, de nuevo está respaldado también por la paráfrasis de Flavio Josefo en las Antigüedades de los Judíos. Vale la pena mencionar también el comentario hallado en Qumrán en forma de relato parafraseado (una técnica llamada pesher) a la siempre difícil historia de Génesis 22 en la que Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac. En la versión parafraseada y comentada de Qumrán se incluye en la historia a una figura satánica llamada Mastemah (o “Príncipe de la malevolencia”), que sería quien habría incitado a Dios a poner a prueba a Abraham, a la manera en que Satanás lo hace con Job en el libro bíblico que lleva su nombre. Sea como fuere, Jeffery Sheler concluye, por lo menos, que: “Los rollos del Mar Muerto han probado ser un recurso invalorable para hallar errores de copiado de este tipo”, refiriéndose al párrafo omitido en 1 Samuel 11.

Más allá de estas muy pequeñas variaciones, omisiones o adiciones halladas en Qumrán, lo que en últimas todas ellas parecen dar a entender es que a inicios del siglo I existían ligeramente diferentes ediciones literarias de los libros del Antiguo Testamento y no solamente la edición que se halla representada por el texto masorético actual en hebreo, que ha terminado siendo la versión autorizada, excluyendo a las demás. Es posible que para la época no hubiera todavía una de ellas “autorizada” como tal por encima de las demás y que este carácter autoritativo formal conferido a nuestro actual texto masorético haya sido consecuencia de la caída de Jerusalén en poder de los romanos en el año 70 d. C. o, a lo sumo, la fracasada insurrección judía final contra el imperio ocurrida décadas después en el año 135 d. C. bajo el gobierno del emperador Adriano. Sería en algún momento de este lapso que la edición representada por el texto masorético se impuso sobre las demás y se convirtió en la oficial, más que por una decisión premeditada, por la misma fuerza de los hechos. Porque como lo señala con todo el peso de la lógica de manera concluyente Sheler: “Solo entonces, cuando los judíos de Palestina se enfrentaron a la doble amenaza de perder su cultura (y sus vidas) ante los romanos, y «su antigua identidad como ‘Israel’ ante los cristianos», según dice Ulrich, los líderes religiosos se vieron en la necesidad de establecer ediciones preferidas de la Biblia, y de «congelar» el contenido de esos textos”. Añade luego que: “En lugar de sopesar las ventajas y desventajas de un juego de textos sobre otros, los líderes judíos, simplemente, pueden haber adoptado la versión que tenían en su poder después de la crisis. Según Ulrich, «cuando la casa se incendia usted toma lo que puede y sale corriendo»”.

A algunos esta pluralidad de ediciones de la Biblia existentes y en libre circulación en el siglo I, a pesar de sus muy pequeñas diferencias entre sí, pueden parecerles preocupantemente inquietantes y perjudiciales para un entendimiento rígido de la inspiración divina de las Escrituras y la autoridad que ellas reclaman sobre nuestras vidas, bajo la ingenua e infantil presunción de que éstas nos cayeron del cielo tal y como las tenemos hoy. Pero el creyente maduro ve en todo ello la intervención providencial de Dios para llegar a lo que tenemos hoy, incluyendo los enriquecedores descubrimientos hechos alrededor de Qumrán y los rollos del Mar muerto. Después de todo, aun hoy en el seno de la cristiandad conviven ediciones ligeramente diferentes del canon bíblico del Antiguo Testamento, unas que incluyen los llamados deuterocanónicos y algunas adiciones al Antiguo Testamento, como sucede en las ediciones católicas y ortodoxas, y otras que no, como las ediciones protestantes. Además, en el pasado, el proceso gradual y también providencial por el que llegamos al canon actual del Nuevo Testamento (ver https://creerycomprender.com/el-canon-de-las-escrituras/ muestra que en su momento hubo ediciones en circulación ligeramente diferentes a la actual en las que se incluyeron algunos respetados escritos de los llamados “padres apostólicos” que hoy no figuran ya en nuestro único Nuevo Testamento.

A propósito del Nuevo Testamento, no se hallaron en Qumrán copias o fragmentos de él, como sería de esperar de una colección de documentos que terminaron de escribirse aproximadamente en el año 65 a. C. Sin embargo, podemos encontrar en Qumrán antecedentes del lenguaje utilizado posteriormente por los autores de los evangelios. Por ejemplo, la anunciación, recogida en el evangelio de Lucas en el capítulo 1, versículos 32 al 33 encuentra sorprendente correspondencia en un fragmento de Qumrán escrito en arameo que habla de una figura poderosa que iría a aparecer durante un tiempo de gran tribulación y de la cual dice textualmente: “Se lo llamará Hijo de Dios, será llamado Hijo del Altísimo… Su reino será un reino eterno”. Ahora bien, cuando se examina en su contexto se ve claramente que este pasaje no puede referirse a Cristo, pues hace referencia más bien a una visión apocalíptica basada en la opresión de un tirano. Así que lo más que puede decirse al respecto es que, en el mejor de los casos la similitud es coincidencial y con base en ella solo se puede concluir que: “el pasaje de los rollos ilustra dramáticamente que la terminología, alguna vez considerada inconfundiblemente cristiana, era parte del léxico judío más antiguo”.

En la misma línea, el lenguaje de los rollos de Qumrán ha reivindicado a Juan, el cuarto de los evangelios canónicos, pues muchos críticos acusaban a Juan de que su lenguaje alrededor del Verbo o Logos de Dios era una influencia de la filosofía griega y particularmente de los estoicos y extendían esta influencia a otras partes de su evangelio que exhibían un corte dualista ꟷes decir, que manifestaban dos principios opuestos y enfrentados entre sí, uno bueno y otro maloꟷ, con sus marcados contrastes entre la luz y las tinieblas, y en particular la expresión “hijos de luz” utilizada por Juan en el capítulo 12, versículos 35-36 de su evangelio, a la que consideraban procedente del pensamiento griego del siglo II. Los rollos de Qumrán han dado al traste con estas teorías escépticas alrededor del cuarto evangelio. Más bien, como lo recoge Sheler: “ahora, basándose en parte en sus estudios de los rollos del Mar Muerto, muchos expertos han concluido que el evangelio de Juan puede contener parte del material más antiguo incluido en los evangelios en su conjunto. En lugar de ser considerado un escrito helenístico… «el Evangelio de Juan es ahora amplia y sabiamente valorado como el más judío de los evangelios»”.

Cabe mencionar también que los hallazgos de Qumrán, al incluir secciones completas de todos los libros del Antiguo Testamento con excepción de Ester, hace de esto por sí mismo un argumento en contra de las posturas racionalistas de la teología liberal y la alta crítica que situaban la fecha de redacción de libros como Eclesiastés y Daniel entre el siglo II y I a. C. (entre el 175 y el 150 a. C. para Eclesiastés y alrededor del 168 a. C. para Daniel), muy posterior a la fecha tradicional y poniendo, por lo mismo, en tela de juicio la autoría de Salomón para Eclesiastés y la del profeta Daniel para el libro que lleva su nombre. Si libros como estos ya figuraban en la colección de Qumrán y gozaban ya del respeto y aceptación entre los esenios, como una más de las diversas ramas del judaísmo que le brindaban igualmente su aceptación, y no siendo además los textos originales, sino copias de los originales separadas en el tiempo de ellos, la fecha de su redacción tiene que ser por fuerza más temprana, como las afirmadas por la tradición judía.

Por otra parte, los cuestionamientos iniciales y algunos aislados en la actualidad que se dirigen contra la autoría de los esenios son cada vez más excepcionales y poco convincentes para el grueso de los eruditos. Sin embargo, las teorías conspirativas surgidas a la sombra del monopolio ejercido sobre su estudio y traducción han girado alrededor del hecho de que el material encontrado relacionado directamente con esta secta judía mostraría que, en realidad, lo esenios serían un grupo cristiano con una semblanza muy diferente del cristianismo que la que encontramos en el Nuevo Testamento, como si los esenios de Qumrán representaran el verdadero cristianismo original que luego habría sido distorsionado por la iglesia de los primeros siglos de nuestra era. Esta hipótesis se cae por su base, pues los esenios son una secta judía que, si bien comparte con el cristianismo un mismo marco cronológico claramente delimitado, su origen en realidad se remonta a casi 3 siglos antes de la aparición de Cristo y las semejanzas que puedan encontrarse entre los cristianos y los esenios no pueden, primero que todo, borrar sus claras diferencias, y en segundo lugar, sería de esperarse estas semejanzas en vista de la matriz judía que tanto los esenios como los cristianos poseen, sin que eso signifique una vinculación formal directa entre el cristianismo y los esenios.

Por eso el paralelo que algunos quieren ver entre el “Maestro de justicia” de los esenios y Cristo, como si no se trataran de personas diferentes, no deja de ser una identificación, además de anacrónica (el maestro de justicia vivió a comienzos del siglo II a. C.) también rebuscada y amañada. Dicho lo anterior, sin embargo, no deja de ser interesante señalar las semejanzas de forma entre los esenios y los cristianos que hacen que no sea descabellado sostener, como lo hacen un buen número de eruditos, que Juan Bautista, con su ministerio en el desierto, bien pudo conocer a los esenios y tener acercamientos amistosos con ellos en vista de las expectativas y aspiraciones hasta cierto punto compartidas con ellos, como de hecho también podrían exhibirlas otras sectas judías más conocidas como los zelotes y los mismos fariseos. Y la primera semejanza es la indudable centralidad que tanto el maestro de justicia desempeña para los esenios de Qumrán, como Jesús de Nazaret para la iglesia del primer siglo (y de los siglos posteriores hasta hoy, por supuesto). Pero son personas diferentes. El maestro de justicia se encuadra históricamente sin duda alguna en el transcurso del segundo siglo a. C., mientras que Cristo mismo lo hace, obviamente, en el primer siglo de nuestra era. Y si bien el maestro de justicia es considerado como alguien dotado de una elevada espiritualidad, pureza e integridad moral, no se concibe nunca como carente de pecado, ni se le considera el Mesías, como si se afirma expresamente de Cristo.

Por otra parte, tanto el maestro de justicia como Cristo fueron combatidos y perseguidos por la institucionalidad judía de Jerusalén, cuya laxitud, hipocresía y excesiva acomodación al mundo ambos denunciaban a su modo. Existen otras coincidencias ente el maestro de justicia y Cristo, como lo son la expectación escatológica, o relativa a una consumación gloriosa de la historia al final de los tiempos para el pueblo de Dios, y la expectativa soteriológica, es decir la que concierne a la necesidad de la salvación de la condenación eterna para el pueblo de Dios que sigue el camino trazado por Dios para alcanzarla, pero en realidad estas dos expectativas eran comunes a casi todas las sectas judías de la época, así que no se pueden circunscribir a esenios y cristianos únicamente. Valga decir que la expectativa soteriológica de los esenios era muy sectaria, condicionada casi por completo a la pertenencia a esta secta ascética, aislada y apartada del resto de la comunidad de su tiempo.

Basado en los contenidos del material extrabíblico de los rollos del Mar muerto referentes a las prácticas y creencias de los esenios que constituyen cerca de las tres cuartas partes del material hasta ahora encontrado, estudiado y traducido; Sheler presenta de manera esquemática las similitudes entre los esenios de Qumrán y los cristianos del primer siglo señalando en primer lugar que: “Ambos se consideraban los receptores de un nuevo pacto con Dios”. En segundo lugar, que: “Ambos estaban convencidos  que el fin estaba cerca y que el Mesías se presentaría pronto… o regresaría, en el caso de los cristianos”. En tercer lugar, de una manera que no deja de ser algo desconcertante, que: “Ambos llevaban a cabo el ritual sagrado del pan y el vino”. En cuarto lugar: “Ambos tenían un ritual de bautismo asociado al arrepentimiento y la purificación”. Y por último: “Ambos practicaban una forma de vida comunitaria poniendo en común sus recursos para el bien de todos”. Establecidas estas innegables semejanzas, Sheler pasa enseguida a señalar de manera igualmente esquemática sus diferencias.

En primer lugar: “Se diferenciaban en su comprensión de la persona de Jesús”, indicando que al Señor Jesucristo ni siquiera se le menciona en los escritos de Qumrán y concluyendo, por tanto, que en el caso de que la comunidad de los rollos del Mar muerto hubiera sabido de él (lo cual es bastante probable, pues Flavio Josefo en su obra Las guerras de los judíos nos informa que para el primer siglo eran más de cuatro mil que “no ocupaban una única ciudad, sino que se establecían en gran número en cada pueblo”), es evidente que no lo consideraban como su Mesías. En segundo lugar: “se diferenciaban en su actitud con respecto a la ley de Moisés”, pues los esenios tenían una actitud hacia ella muy semejante a la de los fariseos, que enfatizaban su cumplimiento minucioso, y no a la de los cristianos, que declaraban su libertad respecto de ella. En tercer lugar: “Se diferenciaban en su relación con el mundo exterior”, pues la comunidad de los esenios era cerrada y evitaba los contactos con los extraños, mientras que el celo misionero de los cristianos invitaba de algún modo a ese contacto y apertura.

César Vidal enumera otras diferencias que separan a los cristianos de los esenios, algunas de ellas alrededor de sus figuras centrales: el maestro de justicia de los esenios, y Jesucristo para los cristianos. Estas diferencias comienzan por el hecho de que el maestro de justicia es un sacerdote de linaje levítico descendiente del sacerdote Sadoc, mientras que Jesucristo nunca desempeñó funciones sacerdotales asociadas a la tribu de Leví, pues su linaje se traza hasta la tribu de Judá y la descendencia real de David y el sacerdocio es más bien indiferente a él. Paradójicamente, el maestro de justicia era un crítico acérrimo y a ultranza del templo, mientras que Cristo matiza su crítica hacia él señalando tan solo su utilidad provisional. En segundo lugar, sin perjuicio de su elevada espiritualidad y su superior pureza e integridad moral, el maestro de justicia tenía una conciencia clara de pecado, mientras que Cristo no sólo reivindicó para si la impecabilidad, sino que se proclamó con autoridad para perdonar pecados.

En tercer lugar, más allá de su condición sacerdotal, el maestro de justicia reclama para sí ante todo la condición de maestro, a riesgo de ser redundante; mientras que Cristo reclama para sí la condición mesiánica. En cuarto lugar, Cristo se centra en el testimonio directo de las Escrituras para mostrarse crítico de la tradición judía en general, mientras que el maestro de justicia defiende una tradición judía particular especifica asociada a su colectivo. Por último, la visión de los esenios es monástica, es decir de aislamiento a la espera de la intervención victoriosa final de Dios en los asuntos humanos, reivindicando a los justos y castigando a los impíos impenitentes, mientras que la visión cristiana consiste en que los últimos tiempos ya han llegado y los cristianos está llamados a participar en la transformación favorable de la sociedad a la espera del regreso de Cristo que resolverá definitivamente todas las problemáticas humanas, sometiendo y castigando a los rebeldes.

De todo lo anterior Sheler puntualiza que: “Aunque estas claras distinciones entre los dos grupos son ampliamente reconocidas, la mayoría de los eruditos expresan su fascinación ante los paralelos, en ocasiones sorprendentes, que encuentran entre el Nuevo Testamento y los rollos del Mar Muerto. Más de una vez, en los últimos cincuenta años, el rarificado mundo de los expertos en los rollos ha sido noticia con sensacionales teorías sobre conexiones entre estos dos registros escritos”. Pero lo único cierto en todo esto es que muchos de los temas comunes entre los escritos de los esenios y el Nuevo Testamento “estaban presentes en el entorno judío años antes que se escribieran los evangelios” y que, como lo había manifestado Sheler un poco antes: “los rollos del Mar Muerto revelan un cristianismo joven que era mucho más judío, y un judaísmo del siglo primero que era mucho más diverso de lo que los investigadores modernos habían imaginado”, ratificando así las raíces judías del cristianismo sin que por eso su novedad y singularidad queden opacadas o atrapadas en los moldes del judaísmo. J. Vázquez Allegue nos informa más bien que: “cuanto más claros se dibujan los contornos de la comunidad de los esenios mediante los escritos de Kirbet Qumrán, tanto más se pone de manifiesto lo singular del mensaje neotestamentario. La afirmación del origen esenio del cristianismo se demuestra más y más como un error, que descuida estructuras fundamentales decisivas en favor de rasgos periféricos particulares”, es decir que se enfoca en semejanzas de forma y pierde de vista el fondo.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

Deja tu comentario

Clic aquí para dejar tu opinión