Dios no creó un universo asombrosamente funcional tan sólo, sino que también lo creó hermoso y con un enorme potencial para el deleite estético de los hombres y de los ángeles. Porque Dios ama la belleza, siendo Él mismo el referente o el punto superlativo obligado para poder calificar algo como más o menos bello. El arte y la estética, si bien abarcan una mucho más amplia, flexible y matizada gama que la contemplada por la moral, que se ocupa del bien y el mal, o la que concierne al conocimiento, que se ocupa de la verdad y la mentira; no es arbitraria ni carece, sin embargo, de reglas. Reglas que giran alrededor de la simetría, la armonía, la conexión, la unidad, el contraste, el color, la textura, etc. Por eso, en las instrucciones para la construcción del santuario portátil del desierto, Dios incluyó consideraciones que iban más allá de la funcionalidad del santuario y apuntaban a la belleza que éste estaba llamado a reflejar, brindándole unidad de conjunto ꟷun criterio estéticoꟷ, como podemos leerlo en este pasaje, entre muchos otros al respecto:“Haz luego cincuenta ganchos de oro para que las cortinas queden enganchadas una con otra, de modo que el santuario tenga unidad de conjunto” (Éxodo 26:6). Así, pues, los viejos dichos aplicados a la estética y la belleza que afirman que en gustos no hay nada escrito y que “de gustos y colores no discuten los doctores” no son del todo ciertos, pues aunque sean más difusos, existen de todos modos criterios de universal validez para calificar cualquier realidad de este mundo como más o menos bella que otra
Funcionalidad y belleza
"Dios no se ocupa únicamente de la funcionalidad de su creación, sino también de su belleza reflejada en su armonía e íntima unidad y entrelazamiento”
Deja tu comentario