El profeta Jeremías recurre en su inspirado libro a una de las más gráficas, ilustrativas y significativas figuras para advertir y amonestar al pueblo, llamándolo a orden: la figura de las cisternas construidas en la antigüedad ꟷprecursoras de nuestros grandes embalses y represas de la actualidadꟷ para recoger el agua de la lluvia con el fin de tener provisión de este preciado recurso tan necesario para la vida en las épocas secas. Como vocero de Dios, el profeta apela a ellas para denunciar la mala conducta del pueblo diciendo: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13). Ciertamente, las cisternas a las que no se les daba el debido mantenimiento, sino que eran abandonadas, terminaban rotas e incapaces de retener las aguas lluvias que caían en ella. Esta apelación al pueblo que abandona a Dios, ya sea en abierta rebelión y desobediencia a Él, o marginándolo de sus vidas con creciente indiferencia, o relegándolo a un indigno lugar secundario para reemplazarlo con malos sustitutos, debe verse contra el trasfondo brindado por el profeta en este otro pasaje de su libro: “Señor, tú eres la esperanza de Israel, todo el que te abandona quedará avergonzado. El que se aparta de ti quedará como algo escrito en el polvo, porque abandonó al Señor, fuente de aguas vivas” (Jeremías 17:13). Las cisternas juegan, de hecho, un papel destacado en la vida del profeta, comenzando por el episodio en que:“Los nobles mandan por agua a sus siervos y estos van a las cisternas, pero no la encuentran. Decepcionados y confundidos, vuelven con sus cántaros vacíos y con la cabeza cubierta” (Jeremías 14:3) en medio de la sequía, el luto y la tristeza que ésta implica para el pueblo por la carga de muerte que viene con ella, como consecuencia de los pecados de la nación, como lo confiesa el propio profeta en nombre del pueblo: “Aunque nuestras iniquidades nos acusan, actúa en razón de tu nombre, oh Señor. Muchas son nuestras infidelidades; contra ti hemos pecado” (Jeremías 14:7).
Adicionalmente, la resistencia del pueblo a tomar en consideración las palabras del profeta que les decía lo que necesitaban escuchar de parte de Dios, apremiándolos de este modo: “«Así dice el Señor: ‘El que se quede en esta ciudad morirá por la espada, de hambre o por la plaga. Pero el que se pase a los babilonios, vivirá. Se entregará como botín de guerra, pero salvará su vida’” (Jeremías 38:2), algo que a los gobernantes definitivamente no les gustaba, prefiriendo prestar oído a los falsos profetas que sí les decían lo que querían oír; llevó al propio sufrido profeta del calabozo a una cisterna que, justamente, se estaba secando, con gran peligro para su vida: “Ellos tomaron a Jeremías y, bajándolo con cuerdas, lo echaron en la cisterna del patio de la guardia, la cual era de Malquías, el hijo del rey. Pero como en la cisterna no había agua, sino lodo, Jeremías se hundió en él” (Jeremías 38:6). Posteriormente, en la rebelión de Ismael y sus secuaces contra el gobernador Guedalías que el rey de Babilonia había puesto sobre el país, Ismael llevó a cabo una masacre anunciada asesinándolo junto con todos los que lo acompañaban y haciendo luego lo mismo con un grupo de ochenta hombres que venía a presentar ofrendas en el templo, arrojando los cadáveres a una cisterna seca utilizada a manera de fosa común, al mejor estilo de los violentos de todas las épocas en clara indicación de que la violencia es también una cisterna rota que no retiene agua: “Pero no habían llegado al centro de la ciudad cuando Ismael, hijo de Netanías, y sus secuaces los mataron y los arrojaron en una cisterna. Había entre ellos diez hombres que rogaron a Ismael: ꟷ¡No nos mates; tenemos escondidos en el campo trigo, cebada, aceite y miel! Ismael accedió y no los mató como a sus compañeros. El rey Asá había hecho una cisterna para defenderse de Basá, rey de Israel, y en esa fosa fue donde Ismael, hijo de Netanías, arrojó los cadáveres de los hombres que había matado, junto con Guedalías, llenándola de cadáveres” (Jeremías 41:7-9).
Ya en la antigüedad otra cisterna seca había desempeñado un papel protagónico en un episodio infame motivado por los celos y las envidias desbordadas: la venta de José como esclavo por sus propios hermanos de sangre: “Cuando José llegó adonde estaban sus hermanos, le arrancaron la túnica muy elegante, lo agarraron y lo echaron en una cisterna que estaba vacía y seca… así que cuando los mercaderes madianitas se acercaron, sacaron a José de la cisterna y se lo vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Fue así como se llevaron a José a Egipto” (Génesis 37:23-24, 28), indicando de paso de manera incidental que los celos y las envidias son igualmente cisternas rotas que no retienen agua. El primer libro de Samuel también registra un episodio relacionado con cisternas secas y la cobardía mostrada por los israelitas para enfrentarse a sus enemigos tradicionales, los filisteos, prefiriendo huir de ellos y salir en desbandada, amedrentados antes de siquiera entrar en combate, circunstancia narrada de este modo: “Los hombres de Israel vieron el gran aprieto en el que se encontraban y, como estaban fuertemente presionados por el enemigo, trataron de esconderse en cuevas, matorrales, rocas, hoyos y cisternas” (1 Samuel 13:6 NTV), dejando en evidencia a la cobardía y la negativa a afrontar nuestras luchas cotidianas habituales o excepcionales con valor, entereza, apelación y confianza en Dios, como una cisterna rota más que no retiene agua. Sin embargo, las cisternas secas y rotas que decepcionan y dejan en mala condición a quienes apelan a ellas en vez de acudir con humildad y docilidad a Dios en voluntario sometimiento a Él, no son la última palabra al respecto, pues Dios vuelve a acudir a esta figura en términos favorables y esperanzadores para anunciar a los cautivos de Su pueblo el rescate y el regreso de su cautiverio, librándolos de las cisternas rotas y secas: “En cuanto a ti, por la sangre de mi pacto contigo libraré de la cisterna seca a tus cautivos. Vuelvan a su fortaleza, cautivos de la esperanza, pues hoy mismo anuncio que les devolveré el doble” (Zacarías 9:11-12)
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