Dios es soberano, lo cual significa que finalmente Él hace lo que quiere en el mundo entero y nada ni nadie podrá oponerse de manera definitiva a sus propósitos ni malograrlos de algún modo. En el ejercicio de su soberanía y siendo como es un Dios absolutamente justo, Dios garantiza que al final y en último término se hará justicia en todos y cada uno de los aspectos de la vida de todos los hombres. Pero dado que si se trata de justicia estricta ningún ser humano puede salir bien librado, Dios también ha decidido otorgar misericordia inmerecida sobre quien Él quiera de manera soberana, otorgando el perdón, el indulto y la salvación eterna a sus elegidos, sin que al hacerlo así nadie pueda acusarlo de injusto por no castigarlos como se lo merecen, junto con el resto de la humanidad, pues si bien el resto de la humanidad impenitente es justamente castigada por sus pecados al padecer la muerte o separación eterna de Dios en lo que se conoce como la condenación eterna; los elegidos para recibir misericordia también son justamente castigados, pues sus pecados ya fueron expiados igualmente con la muerte de Cristo en la cruz, Quien los sustituye personalmente a todos y cada uno de ellos en el patíbulo de la ejecución para poder ofrecerles así abundante misericordia sin que nadie pueda señalarlo de injusto al actuar de este modo en ejercicio de su soberanía: “Y el Señor le respondió: -Voy a darte pruebas de mi bondad, y te daré a conocer mi nombre. Y verás que tengo clemencia de quien quiero tenerla, y soy compasivo con quien quiero serlo” (Éxodo 33:19)
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