La circuncisión era el rito de iniciación por excelencia dentro del judaísmo que introducía formalmente a cada uno de sus miembros en la comunidad del pacto y se constituía como tal en una señal física de la pertenencia a ella: “Y este es el pacto que establezco contigo y con tu descendencia, y que todos deberán cumplir: Todos los varones entre ustedes deberán ser circuncidados. Circuncidarán la carne de su prepucio, y esa será la señal del pacto entre nosotros” (Génesis 17:10-11). Esto explica que en el Nuevo Testamento la expresión “los de la circuncisión” sea una referencia a los judíos y su enfrentado, el término “incircunciso” sea una expresión por lo general despectiva para referirse a los paganos del resto de naciones excluidos de la comunidad del pacto. Y si bien su carácter de señal física visible en el cuerpo no carece de importancia, desde el Antiguo Testamento ya encontramos exhortaciones que apuntan a su valor más como una actitud o disposición del corazón que a su aspecto de señal visible, como por ejemplo Deuteronomio 10:16 que dice: “»Circunciden su corazón quitándose sus actitudes paganas y dejen de ser tercos” (PDT), idea reiterada con mayor claridad en 1 Corintios 7:19: “Para nada cuenta estar o no estar circuncidado; lo que importa es cumplir los mandatos de Dios”, y que Pablo enfatiza en todos sus escritos, como lo hace de modo concluyente en Gálatas y Colosenses: “Además, en él fueron circuncidados, no por mano humana, sino con la circuncisión que consiste en despojarse del cuerpo pecaminoso. Esta circuncisión la efectuó Cristo” (Colosenses 2:11)
La señal de la circuncisión
“La circuncisión es una señal en el cuerpo que involucra mucho más que el cuerpo y debe afectar ante todo nuestra voluntad y nuestro espíritu”
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