Hay dos conceptos relacionados que suelen confundirse de manera muy inconveniente. Son la niñez y la inmadurez. El Señor Jesucristo puso como ejemplo a los niños en diferentes ocasiones recogidas por Mateo, Marcos y Lucas: “Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban.Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos»” (Mateo 19:13-14); “Cuando Jesús se dio cuenta, se indignó y dijo: «Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos” (Marcos 10:14); “También le llevaban niños pequeños a Jesús para que los tocara. Al ver esto, los discípulos reprendían a quienes los llevaban. Pero Jesús llamó a los niños y dijo: «Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos” (Lucas 18:15-16). Al hacerlo así Cristo elogió de manera implícita las virtudes de la infancia tales como su inocente candor, su natural humildad: “Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos” (Mateo 18:4), y su inherente confianza y dependencia de sus padres, rasgos todos necesarios para acceder al Reino de Dios: “Entonces dijo: ꟷLes aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mateo 18:3); “Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él»” (Marcos 10:15), indicando, además, que la manera en que tratemos y acojamos a los niños es equivalente a la manera en que lo acogemos a Él: “Luego tomó a un niño y lo puso en medio de ellos. Abrazándolo, dijo: ꟷEl que recibe en mi nombre a un niño como este me recibe a mí, y el que me recibe a mí no solo me recibe a mí, sino al que me envió” (Marcos 9:36-37).
Adicionalmente, el Señor señaló favorablemente su entusiasmo natural y espontáneo a la hora de alabar a Dios: “Pero, cuando los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley vieron que hacía cosas maravillosas y que los niños gritaban en el Templo: «¡Hosanna al Hijo de David!», se indignaron. ꟷ¿Oyes lo que esos están diciendo? ꟷprotestaron. ꟷClaro que sí ꟷrespondió Jesúsꟷ; ¿no han leído nunca: »‘En los labios de los pequeñitos y de los niños de pecho has puesto tu alabanza’?»” (Mateo 21:15-16), todo lo cual hace de ellos personas especialmente receptivas a la revelación de Dios: “En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad” (Mateo 11:25-26), episodio reiterado también por Lucas: “En aquel momento Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad” (Lucas 10:21). Pero no debemos olvidar que la infancia también conlleva inmadurez, y el no saber diferenciarlas puede conducirnos a justificar la inmadurez en los creyentes que se manifiesta en un marcado egocentrismo, en la indolencia hacia otros y en un egoísmo inclinado a exigir y a no actuar de manera responsable, sensata y razonable. Pablo tuvo que lidiar con ellos en muchas de las iglesias que fundó, a las cuales se dirigió así: “Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros?…” (1 Corintios 3:1-3), justificando así el consejo de Jesús Hermida cuando decía: “Procura que el niño que fuiste no se avergüence del adulto que eres”.
La misma amonestación fue dirigida por el autor de la epístola a los Hebreos a sus destinatarios: “Sobre este tema tenemos mucho que decir aunque es difícil explicarlo, porque a ustedes lo que les entra por un oído les sale por el otro… a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios… necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto… es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual” (Hebreos 5:11-14). Y el apóstol Pedro también hizo un incidental elogio de los niños, a la par con una velada advertencia contra la inmadurez que los caracteriza al declarar: “deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así por medio de ella crecerán en su salvación” (1 Pedro 2:2). Dejar la inmadurez que caracteriza la infancia espiritual debería ser algo natural que se da por sentado, como lo da a entender el apóstol Pablo al afirmar: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño” (1 Corintios 13:11) dándolo, por tanto, por descontado en este caso, pero formulándolo luego como un imperativo en la vida cristiana al advertir: “Hermanos, no sean niños en su modo de pensar. Sean niños en cuanto a la malicia, pero adultos en su modo de pensar” (1 Corintios 14:20). Sobre todo, porque los creyentes inmaduros son también crédulos y por esta razón son especialmente vulnerables a ser desviados de la fe, como lo advirtió el apóstol: “Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y las artimañas de quienes emplean métodos engañosos” (Efesios 4:14). El derrotero cristiano es, pues, conservar las virtudes de la niñez en relación con Dios, pero dejar atrás la inmadurez que los caracteriza.
Deja tu comentario