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Ver a Dios, el bien supremo

“Ver a Dios es un anhelo legítimo que, por lo pronto y bajo nuestras actuales condiciones, es mejor que no logremos alcanzar”

Ver a Dios fue considerado por los místicos medievales como el “summum bonum” o el bien supremo al que el ser humano podía aspirar en esta vida. Y si bien en sí misma ésta es una aspiración legítima de todo hombre a la que no podemos renunciar; si tenemos en cuenta el carácter santo de Dios y nuestra condición caída y pecaminosa tal vez no sea deseable por lo pronto alcanzarla. Dios nos advirtió sobre los peligros a los que estaríamos expuestos si lográramos verlo directamente, cara a cara: “Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida” (Éxodo 33:20). Más allá del hecho de que Dios sea espíritu, son la santidad de Dios y la pecaminosidad humana las que hacen que no podamos comparecer delante de Él sin el peligro de morir en el acto, pues la santidad de Dios es tal que no hay ser humano que pueda estar delante de Él sin peligro de caer abatido bajo el peso, esplendor y pureza de su gloriosa santidad que se cierne amenazante sobre nuestra frágil existencia, manchada de raíz por el pecado. En el Antiguo Testamento personajes como Manoa, el padre de Sansón y el profeta Isaías experimentaron vívidamente el profundo temor que la cercanía de Dios suscitaba en ellos y en el Nuevo Testamento el apóstol Pedro reaccionó a la cercanía de Cristo rogándole que se apartara de él, pues era un hombre pecador. Únicamente la persona de Cristo y la redención por Él efectuada en la cruz nos habilita a los creyentes para que, finalmente, podamos satisfacer por fin el anhelo de ver a Dios y sobrevivir, sin perecer en el intento.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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