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Halloween, ocultismo y culto a los muertos

El origen pagano y oscuro del llamado “Halloween”, una festividad que se vuelve cada vez más popular en las naciones occidentales y un motivo más de mercadeo en el marco del actual consumismo promovido en ellas, introducida desde Europa en el mundo a través de las culturas celtas y anglosajonas; ya está bastante documentado entre los evangélicos y la cristiandad en general, por lo que no me detendré en este breve artículo en describir sus ya conocidos y cuestionables orígenes, desde la óptica cristiana. Y si bien el 31 de octubre debe ser celebrado por el protestantismo evangélico más bien por ser el día de la Biblia, en alusión directa a la Reforma Protestante con su emblemático principio de Sola Scriptura, cuya conmemoración se hace el 31 de octubre, fecha del año 1517 en que Martín Lutero clavó en la puerta de la Catedral de Wittemberg las 95 tesis que dieron inicio formal a la Reforma; me disculpo por obviar en este artículo la consideración de la Biblia que ya hice, además, el año pasado en esta misma fecha.

Este año me he sentido más movido a señalar las relaciones estrechas y peligrosas entre esta festividad pagana y las prácticas ocultistas condenadas en la Biblia, en particular las que tienen que ver con el culto a los muertos. La relación entre todas ellas comienza por el hecho histórico de que la iglesia de Roma, en su dudoso y poco exitoso intento de transculturizar esta arraigada festividad pagana para así contrarrestarla dándole un significado cristiano, como ya lo había hecho con mucho mayor éxito con la navidad; estableció el 1 de noviembre como “el día de todos los santos”, una medida que para lo único que sirvió fue para darle a la festividad pagana en cuestión el nombre por el que actualmente se le conoce, pues dado que en inglés el “día de todos los santos” se designa como “All hallows day”, el día anterior a éste ꟷes decir el 31 de octubreꟷ se designaría entonces como “All hallows Eve” (la víspera del día de todos los santos), que terminaría con el tiempo convertido en la palabra “Halloween”.

Además, desde la óptica protestante evangélica la celebración de un “día de todos los santos” sigue siendo cuestionable e inclinada al paganismo, puesto que los “santos” que la iglesia católica celebra en este día no son la generalidad de los cristianos actuales y del pasado, conforme al uso natural que la Biblia hace de la palabra “santo” para referirse a todos los creyentes redimidos por Cristo, tanto los más conocidos y destacados como los más anónimos y desconocidos sin excepción, en el contexto de la iglesia universal; sino la élite de cristianos ya fallecidos y exaltados dentro de la santoral católica, una especie de selectos y destacados “héroes” de la fe de calidades muy superiores al común de los creyentes que constituyen el grueso de la iglesia. Y por supuesto, es de todos sabido que ningún cristiano ingresa en esta élite sino después de fallecer y luego de verificados una serie de artificiales requisitos extraños y ajenos a la Biblia, exigidos por el magisterio de la iglesia de Roma para poder declararlos “santos” en plena propiedad. Y en la práctica ambas circunstancias: la piedad superior atribuida a estos personajes y la necesidad de haber ya fallecido y de estar disfrutando, por lo mismo, de una estrecha cercanía con Dios, se unen para dar lugar al culto a los santos, que no sería entonces más que el culto a los muertos prohibido para el pueblo de Dios dentro de las diversas actividades mágicas y ocultistas practicadas por los pueblos paganos en el Antiguo Testamento, según podemos leerlo en Deuteronomio 18:9-13: »Cuando entres en la tierra que te da el Señor tu Dios, no imites las costumbres abominables de esas naciones. Nadie entre los tuyos deberá sacrificar a su hijo o hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería o hechicería; ni hacer conjuros, servir de médium espiritista o consultar a los muertos. Cualquiera que practique estas costumbres se hará abominable al Señor, y por causa de ellas el Señor tu Dios expulsará de tu presencia a esas naciones. A los ojos del Señor tu Dios serás irreprensible”.

Valga decir que, contrario a la mentalidad escéptica y materialista de muchos en la actualidad, estas prácticas no están condenadas en las Escrituras simplemente porque sean prácticas supersticiosas ꟷaunque de hecho lo son en gran medidaꟷ que no traen ningún resultado ni efecto real en la vida de las personas que las practican, pues en la óptica de estos personajes el ocultismo carecería de fundamento al remitirnos a un mundo espiritual supuestamente mitológico e inexistente. Por el contrario, la condenación que la Biblia les dirige está más bien basada en el hecho de que, además de implicar una desobediencia flagrante a Dios y el intento de manipular los poderes espirituales a voluntad y con independencia de Él, no se trata de que no tengan ningún efecto real y apreciable, o que no funcionen de ningún modo, sino que a la postre y a pesar de sus eventuales apariencias iniciales, funcionan siempre en contra nuestra, es decir que se vuelven en todos los casos de manera destructiva en contra de quienes apelan a este tipo de prácticas. Ya lo dijo el aprendiz de Brujo en la obra del mismo nombre escrita por Goethe: “Maestro, ¡vivo en profunda angustia! No me puedo librar de los espíritus que he conjurado”.

Lo anterior se explica debido a que los espíritus que se conjuran al consultar a los muertos no son, como sus ingenuos, ignorantes y engañados conjuradores lo creen, los espíritus de las personas fallecidas, sino los espíritus malignos conocidos como demonios, que acuden con presteza a estas invocaciones, plagiando de manera muy convincente a las personas invocadas para enredar así a los vivos en sus redes destructivas. De hecho, la Biblia dice enfáticamente que: “… los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido. Sus amores, odios y pasiones llegan a su fin, y nunca más vuelven a tomar parte en nada de lo que se hace en este vida” (Eclesiastés 9:5-6), por lo que, acto seguido, el autor sagrado nos exhorta, entonces, a disfrutar de esta vida, necesariamente breve, de un modo responsable, concluyendo con estas ilustrativas palabras: “… Y todo lo que te venga a la mano hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo, ni planes ni conocimiento ni sabiduría” (Eclesiastés 9:7-10).

Esto no significa inexistencia, ni aniquilación después de la muerte física, pues por otros pasajes bíblicos sabemos con certeza que aún en ausencia de nuestros cuerpos materiales continuaremos existiendo con nuestras conciencias, memorias, pensamientos, emociones, voluntades y personalidades intactas; sino tan sólo que ya no tendremos, hasta nueva orden, ninguna relación directa con este mundo material, por lo que la invocación y el culto a los muertos es abrir peligrosas ventanas espirituales para terminar recibiendo gato por liebre, pues los seres humanos fallecidos, hayan o no sido creyentes en vida, no pueden atender estas invocaciones. Por cierto, la expresión bíblica que afirma que “su memoria cae en el olvido” no significa que al fallecer nuestra memoria sea “reiniciada” para borrar todos nuestros recuerdos de esta vida, recuerdos que al fin y al cabo, ya sea para bien o para mal, nos configuran y determinan, de modo que gracias a ellos, entre otros, llegamos a ser quienes somos con nuestros nombres y personalidades únicas. Lo único que esta expresión significa, entonces, es que los seres humanos fallecidos son cada vez más olvidados en el mundo de los vivos, y nada más.

Por último, la llamada “sesión de Endor” narrada en el capítulo 28 del primer libro de Samuel, a primera vista parece jugar en contra de lo ya establecido en relación con la imposibilidad de invocar verdaderamente los espíritus de los seres humanos que han muerto, pues da la impresión de que el ya fallecido profeta Samuel acude a la invocación que el rey Saúl hace de él por intermedio de la adivina de Endor. Pero esta narración no avala de ningún modo estas prácticas, pues es un episodio histórico que no tiene el carácter normativo de las prohibiciones explícitas y claras al respecto y que sigue abierto a la polémica de si realmente fue Samuel quien acudió, o un espíritu maligno que lo imitó y lo sustituyó ante los ojos de Saúl y la adivina en cuestión. En lo personal y sin entrar en detalle en la discusión al respecto, me inclino por esto último en vista de una inquietante declaración de la adivina ante la pregunta de Saúl inquiriendo por lo que ve, a lo que ella responde, literalmente: “Veo dioses que suben de la tierra” (v. 13), expresión comúnmente utilizada en el Antiguo Testamento para los ángeles y no para los hombres, incluyendo entre ellos a los ángeles caídos, por supuesto.

Por lo demás, el epitafio en la tumba de Saúl es muy ilustrativo y concluyente al respecto: Saúl murió por haberse rebelado contra el Señor, pues en vez de consultarlo, desobedeció su palabra y buscó el consejo de una adivina. Por eso el Señor le quitó la vida y entregó el reino a David hijo de Isaí” (1 Crónicas 10:13-14). Por todo esto y mucho más la celebración de Halloween, asociada estrechamente a las prácticas ocultistas en general con todos sus peligros e inconveniencias y utilizadas por satanistas y brujos de nuevo cuño para sus aquelarres, con todas las conductas abominables que las acompañan, entre las que sigue estando el sacrificio de niños de brazos, debe ser combatida sin concesiones por parte de la iglesia. En especial por la manera en que sigue fomentando una de las más representativas practicas ocultistas, como lo es el culto a los muertos y la invocación que muchos siguen dispuestos a hacer de ellos, para su propio perjuicio.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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