¿Cómo va a hacerme caso el faraón?

Moisés siempre dudó de sus capacidades para la tarea que Dios le encomendó y esgrimió desde el principio el hecho de no tener elocuencia para declinarla, pero a medida que los acontecimientos se desenvolvían encontró otras excusas adicionales, como el hecho de que su propio pueblo, al que debía liberar, lo culpaba del recrudecimiento de sus ya de por sí lastimosas condiciones de vida bajo el yugo opresor de los egipcios y, al notificarles, por instrucción de Dios, Su intención de liberarlos por su mano, recibir por respuesta: “… pero por su desánimo y las penurias de su esclavitud ellos no le hicieron caso” (Éxodo 6:9). Por eso, cuando enseguida Dios le ordenó que fuera, no obstante, al faraón para pedirle que dejara salir de su país a los israelitas, Moisés reaccionó de este modo: “Pero Moisés se enfrentó al Señor y le dijo: ꟷ¿Y cómo va a hacerme caso el faraón, si ni siquiera los israelitas me creen?…” (Éxodo 6:12). Esta forma de encarar a Dios puede parecer irrespetuosa, irreverente, e inapropiada, pero esta valoración debe ser atenuada por el hecho de que es ante todo honesta y comprensible, dadas las circunstancias. Dios lleva con frecuencia a sus siervos al límite de sus capacidades y recursos para que, finalmente, en el desenlace favorable y contra todo pronóstico, el crédito sea Suyo y sea Él Quien reciba la gloria, anticipando lo dicho a Pablo: “pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9)