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¿Cómo superar la brecha generacional?

El ejercicio de las responsabilidades asociadas al rol de padres puede resumirse en alcanzar la meta de formar correctamente a las nuevas generaciones, como Dios manda. Pero en este propósito la brecha generacional suele ser un obstáculo a veces insalvable. El cristiano no está exento de tropezar con la brecha generacional. Sin embargo, puede afrontarla con ventaja apoyado en las palabras del profeta Malaquías al anunciar el advenimiento de Cristo, precedido por Juan Bautista, con estas esperanzadoras palabras: “Él hará que los padres se reconcilien con sus hijos y los hijos con sus padres, y así no vendré a herir la tierra con destrucción total” (Malaquías 4:6). Lo que llamamos “brecha generacional” hace referencia a las deficientes relaciones entre padres e hijos y viceversa. Es decir, la ruptura que se da entre una generación y otra que hace difícil las relaciones cordiales y constructivas entre ambas y causan dolor a padres e hijos por igual. Las nefastas consecuencias que la brecha generacional puede acarrear para la sociedad en general nos indican que éste no es un asunto trivial, sino algo de crucial importancia para todos.

La brecha padres-hijos

Esta es la forma más representativa que asume la brecha generacional y hace referencia a la incomprensión, dificultades e incluso negligencias en la comunicación entre padres e hijos que tiene como resultado el que no se logren transmitir eficazmente los valores, creencias y convicciones de los primeros a los últimos, perdiéndose de manera lamentable al cabo de una o dos generaciones. La Biblia ilustra esta brecha generacional por medio de lo sucedido en el intervalo entre Josué y los Jueces (Jueces 2:7-12). Es evidente, pues, que nadie es cristiano de manera automática por el hecho de nacer de padres cristianos. Cada uno tiene que experimentar personalmente la conversión en el curso de su vida y para ello es imprescindible la instrucción, el afecto, el amor, el ejemplo y la disciplina de los padres para con sus hijos. ¿Pero cómo podremos hacer y expresar todo esto si no pasamos tiempo con nuestros hijos? La brecha generacional padres-hijos es consecuencia en gran medida de la carencia de tiempo compartido entre padres e hijos.

El pastor y sicólogo cristiano James Dobson aborda de muchas incisivas maneras uno de los problemas más generalizados y sentidos de las familias actuales:los padres no pasan tiempo con sus hijos.Y no hay otra forma de transmitir nuestros valores, creencias y convicciones a nuestros hijos que pasando tiempo con ellos. Porque sucede que los valores no son enseñados a los niños. Los valores son captados por ellos de manera incidental, en el trato casual, espontáneo y cotidiano que tenemos con ellos cuando compartimos tiempo mutuo. Una de las formas más emotivas en que Dobson nos hace conscientes de ello es mediante la letra de una canción popular titulada Gatos en la cuna que dice textualmente lo siguiente:

“Mi hijo nació justamente el otro día,/él vino al mundo en forma normal/pero yo tenía mucho que hacer y mucho que pagar/en mi ausencia aprendió a caminar/y antes de yo saberlo él ya hablaba./Cuando creció me decía: ‘Yo voy a ser como tú, ¿sabes? Yo voy a ser como tú’

Coro: Y los gatos en la cuna y la cuchara de plata,/el muchachito bueno y el hombre en la luna/‘¿cuándo vuelves a casa, papá?’… ‘Bueno, yo no sé cuándo,/pero… estaremos juntos luego, hijo… tú sabes, la pasaremos bien, luego’/

Mi hijo cumplió diez años el otro día. Él dijo: ‘Gracias por la pelota papá. ¿Vamos a jugar, puedes enseñarme a jugar?/Le dije: ‘No hijo, tengo mucho que hacer’/Él dijo: ‘Está bien’, y entonces se alejó, pero su sonrisa no se desvaneció/y dijo: ‘Yo voy a ser como papá, sí, tú sabes, yo voy a ser como él’

Coro…

Bueno, él consiguió su primer trabajo el otro día. Se veía todo un hombre,/y le dije: ‘Hijo, estoy orgulloso de ti, ¿puedes sentarte un momento?’/Él sacudió su cabeza y dijo con una sonrisa: ‘Bueno, lo que realmente quisiera es que me prestaras el auto. Te veo luego. Qué dices. ¿Me lo prestas?/‘¿Cuándo volverás a casa hijo?’ ‘Yo no sé cuándo. Pero estaremos juntos, luego, papá… tú sabes, lo pasaremos bien, luego’/Bueno, ya estoy jubilado y mi hijo se ha ido lejos/justamente lo llamé el otro día y le dije: ‘Me gustaría verte, si no te es molestia’/Él dijo: ‘Me gustaría, papá, si tuviera tiempo. Pero, tú sabes./Problemas en el trabajo, y los niños tienen gripe./Pero me alegra que hayas llamado papá. Me alegra que hayas llamado’./Y cuando colgué el teléfono, el recuerdo vino a mí./Él ha crecido igual a mí. ¡Mi muchacho era igual a mí!

Coro…

Es que ser un buen padre no es algo que se alcanza automáticamente por el hecho de engendrar hijos. Más aun, ser cristianos no nos garantiza de manera automática que no tengamos que experimentar dolorosamente y en carne propia la brecha generacional si no trabajamos consciente y disciplinadamente para evitarla, pasando tiempo con nuestros hijos. Y no sólo tiempo de calidad, como argumentan algunos padres para excusar la escasa cantidad de tiempo que pasan con ellos, sino tiempo de calidad en cantidad suficiente.

La brecha hijos-padres

Esta brecha generacional se da en dirección contraria a la anterior y no es tampoco inusual. Porque en ocasiones son los resabios de los padres los que impiden cambiar muchas de sus actitudes estrechas, rígidas e intolerantes, incapacitándolos para asumir los retos de los nuevos tiempos de forma constructiva, haciendo inevitable el relevo a cargo de los hijos que no están viciados como sus padres. El científico Max Planck hizo incidental referencia a esta brecha al resumir de este modo la forma en que se dan los avances de la ciencia entre una y otra generación: “Una verdad… nueva no suele imponerse porque sus adversarios… se rindan a sus razones, sino… porque éstos van muriendo, y la generación siguiente se ha ido familiarizando desde un principio con la verdad”. Afirmación que evoca un conocido episodio de la historia de Israel en el Antiguo Testamento: el éxodo a través del desierto.

Este significativo suceso en la historia judía quedó marcado por el hecho de que la generación de adultos que partió de Egipto tuvo que deambular por el desierto durante cuarenta años, pereciendo en él debido a que, mientras estuvieron allí, se resistieron a aprender las lecciones necesarias para tomar posesión de la tierra prometida. En contraste, la generación que creció en el desierto y no estaba tan contaminada con las prácticas de los egipcios aprendió a confiar en Dios y gracias a ello pudo conquistar y establecerse en el lugar que Él les había entregado (Números 14:22-31; Josué 5:6-9). Lamentablemente, con frecuencia los padres son odres viejos que no pueden contener el vino nuevo de sus propios hijos (Mateo 9:17). Con todo, no podemos olvidar que Moisés, junto con Josué y Caleb, entre otros, formaba parte de la generación de adultos que salieron de Egipto. Y estos últimos dos fueron excepciones que nos demuestran que esta brecha generacional también puede ser sorteada con éxito. No todos los miembros de la vieja generación tuvieron, pues, que perecer en el desierto sin poder tomar posesión de la tierra prometida a causa de la brecha generacional hijos-padres.

La brecha Padre-humanidad

Esta es la brecha definitiva, origen en último término y en elevado grado de las dos ya consideradas. Los no creyentes viven como hijos sin Padre. Pero la cruz de Cristo cierra de manera definitiva la brecha Padre-humanidad y hace posible que el apóstol Pablo pueda dirigirse a nosotros en estos términos: “Dios… por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que… como si Dios los exhortará a ustedes por medio de nosotros: ‘En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios” (2 Corintios 5:18-20). La fe en Cristo y la rendición incondicional en obediencia a Él nos permite cruzar la brecha Padre-humanidad a través de la cruz, como consecuencia de lo cual podremos comenzar a ver también, maravillados, como todas las demás brechas en nuestra vida, incluyendo por supuesto la brecha padres-hijos e hijos-padres, se comienzan a cerrar también de manera natural y creciente. Y en último término, es sólo cuestión de ponerlo a prueba para confirmarlo en la experiencia propia.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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