Refiriéndonos de nuevo a la especialización y reconociendo su necesidad y beneficios innegables, debemos una vez más enfocarnos en sus peligros, a los que hacía así alusión el nobel de literatura Mario Vargas Llosa: “La especialización trae muchos beneficios… Pero también va eliminando esos denominadores comunes… gracias a los cuales podemos coexistir, comunicarnos y sentirnos solidarios… confina en aquel particularismo contra el que nos alertaba el refrán: no concentrarse tanto en la hoja como para olvidar que es parte de un árbol”. La teología no escapa a este peligro, pues siendo como es una disciplina intelectual que, partiendo de la Palabra de Dios en la Biblia, procura estudiarla, aclararla y entenderla conectando todos sus contenidos de manera razonable, comprensible y metódica, indicando su correcta aplicación a las situaciones de la vida del creyente, suele entonces enfocarse en ramas particulares del estudio teológico que dan lugar a especializaciones y especulaciones no siempre muy responsables que procuran llenar los vacíos de forma dogmática y atribuyéndose más autoridad de la debida, sin tener en cuenta la recomendación paulina de: “… «no ir más allá de lo que está escrito»…” (1 Corintios 4:6). Por lo anterior, la advertencia que encontramos al final de la Biblia, en el último capítulo de su último libro con el que se cerró el canon de libros inspirados por Dios, es necesaria: “A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro” (Apocalipsis 22:18)
Pero no existe ese peligro de añadirle cuando se nos aclara y explica el sentido de aquellos pasajes que necesitan una absoluta claridad?
No si lo dicho se fundamenta también en la palabra rectamente interpretada. Y si añadimos algo más que no esté expresamente fundamentado en la Palabra, debemos aclarar que lo hacemos a título de opinión personal, de especulación o de conjetura más o menos probable, pero nunca de manera dogmática.