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Los calendarios

Hour glass and calendar concept for time slipping away for important appointment date, schedule and deadline

Y el año real del nacimiento de Cristo

La Biblia nos informa en Génesis 1 que los astros celestes, con el sol y la luna a la cabeza, tienen como principal propósito práctico brindarnos referentes para medir el tiempo y establecer lo que conocemos como “calendarios”. Sin embargo, de acuerdo al referente elegido, los calendarios pueden ser lunares, si toman como principal unidad de medición el tiempo que tarda la luna en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra; o solares, si lo hacen tomando como referencia el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa alrededor del sol. En el primer caso, el año lunar dura cerca de 355 días, mientras que el solar dura poco más de 365 días. El pueblo hebreo adoptó un calendario lunar, variando su mes de inicio dependiendo de si era para propósitos civiles o religiosos. Así, para los asuntos civiles el primer mes del año era el denominado “Etanim” ó “Tisri”, mientras que para propósitos religiosos, en especial para la celebración de las festividades ordenadas por Dios en la Ley, entre las que destaca la pascua, el primer mes sería el llamado “Abib” ó “Nisán”.

Los romanos adoptaron en el año 45 a. C. un calendario solar, el llamado “calendario juliano” en honor del emperador Julio César, quien lo adoptó a causa de la mayor influencia que el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del sol tiene en la planificación humana al determinar las estaciones, circunstancia que hace que, al medir el tiempo con un calendario lunar, se requieran ajustes continuos (normalmente cada tres años) para que las estaciones no se vayan corriendo rápidamente en el calendario en cuestión, dificultando la planificación de las cruciales actividades humanas de la siembra y la cosecha. El calendario juliano eliminó de tajo, por decreto imperial, el corrimiento acumulado hasta ese entonces mediante la inusual medida de añadir a este año, el 45 a. C., tres meses, con lo cual este fue un año sui generis de 445 días conocido con justa razón como “año de confusión”.

Pero, a pesar de que el nuevo calendario solar de 365 días eliminaba casi en su totalidad los grandes desajustes del anterior calendario, todavía se generaba un error aproximado de 6 horas cada año y Julio César optó, entonces, por añadir también un día cada 4 años en el mes de febrero dando origen al año bisiesto. De este modo el desajuste generado por el calendario juliano fue de tan solo un día cada 130 años, puesto que la duración exacta del movimiento de traslación de la Tierra alrededor del sol no es de 365 días y 6 horas, sino cerca de doce minutos menos. Debido a ello, para 1.582 d. C. el desajuste ya acumulaba 10 días, por lo que el papa Gregorio XIII, además de corregirlo también por decreto, determinando que el día siguiente al 4 de octubre de ese año no fuera el 5 de octubre, sino el 15 de octubre, implementó una medida adicional que consistía en que todos los años de fin de siglo no serían bisiestos sino cada 4 siglos (es decir, los que fueran múltiplos de 400), dando lugar al “calendario gregoriano”, vigente en la actualidad en el mundo para todos los efectos civiles.

Adicionalmente, los calendarios actuales, sean lunares o solares, tienen diferentes puntos de partida dependiendo del pueblo o la cultura que haga uso de él. Así, judíos, cristianos y musulmanes, entre otros, inician sus respectivos calendarios en años diferentes. Para la cultura cristiana occidental que se ha impuesto en el mundo en general el punto de partida sería el llamado anno domini o año del Señor en el que la iglesia ha ubicado el nacimiento de Cristo, dando lugar a las clásicas siglas “a. C.” y “d. C.” para datar acontecimientos en el tiempo, dependiendo de si tuvieron lugar antes del nacimiento o la encarnación de Cristo como hombre (es decir, antes de Cristo o a. C.) o después de él (es decir, después de Cristo, o d. C.). Para los judíos el punto de partida de su calendario lunar religioso es la creación del mundo, que ellos datan en el que sería el año 3761 a. C, por lo que, según este calendario, no nos hallamos en el año 2023 d. C., sino en algún punto entre el año 5784 y el 5785. Y para los musulmanes el punto de partida de su calendario es el acontecimiento conocido como “la Hégira”, es decir el año de la huida de Mahoma de la Meca a Medina, que tuvo lugar en el año 622 d. C., por lo que en el calendario musulmán nos encontramos en algún punto entre el año 1444 y el 1445.

Cabe mencionar en el cristianismo la llamada “cronología de Ussher”, en honor de quien hizo los cálculos para establecerla, el arzobispo anglicano James Ussher que, a semejanza de los judíos, estableció la fecha de la creación en el año 4004 a. C., una cronología a la que son muy inclinados los cristianos que suscriben el creacionismo de la tierra joven que afirma que los días de la creación descritos en el capítulo 1 del Génesis son días literales de 24 horas y que, además, no consideran la posibilidad de que en las genealogías patriarcales antediluvianas con especialidad (es decir, anteriores al diluvio universal) existan amplias lagunas o intervalos de tiempo que se saltan generaciones sin mencionarlas y cuyo tiempo no se computa, entonces, en los cálculos rigurosos y literales llevados a cabo por este obispo y otros dirigentes de la iglesia antigua como el Venerable Beda, John Lightfoot y Joseph Justus Scaliger. Una cronología que está en abierta oposición a la cronología científica actual que sigue las mediciones alrededor de la llamada “teoría del Big Bang” que afirma que la creación o el origen del universo en que nos hallamos tuvo lugar hace poco más o menos 13.800 millones de años atrás.

Sea como fuere y sin perjuicio de estas diferencias entre las diversas cronologías religiosas de los diferentes pueblos y la cronología científica, para el establecimiento del tiempo en que ocurrieron los eventos de la historia humana se ha impuesto la datación por medio del calendario gregoriano que ubica los sucesos por referencia al “año domini”, ya sea que hayan tenido lugar antes o después de él, mostrando de este modo de manera incidental, pero muy gráfica e inmediata, la importancia que Jesucristo ha tenido en la historia en comparación con cualquier otro dirigente espiritual que haya fundado alguna religión, brindando confirmación a lo dicho por el Señor cuando afirmó que: “Todos los que vinieron antes de mí eran unos ladrones y unos bandidos, pero las ovejas no les hicieron caso” (Juan 10:8), al igual, entonces, que quienes vinieron después de Él, si es que no se inscriben dentro de la tradición judeocristiana, subordinados a Cristo e inferiores a Él.

Sin embargo, hay que hacer una aclaración en relación con el llamado “anno Domini” o año del Señor que marca el antes y el después de Cristo en la historia humana. Este año fue calculado por Dionisio el Exiguo, un matemático y erudito monje bizantino del siglo V-VI d. C., expresión utilizada por primera vez en la que fue tal vez la obra magna del Venerable Beda, su Historia Eclesiástica de la Nación Inglesa. El interés de Dionisio no era propiamente determinar con precisión el año del nacimiento de Cristo, sino hallar un método exacto para establecer la fecha de la pascua cada año en lo que conocemos como la “semana santa” o la “semana mayor”, que como bien sabemos, por establecerse a partir del calendario lunar judío, varía año tras año sin tener fechas exactas en el calendario solar gregoriano, oscilando siempre entre los meses de marzo y abril. En persecución de este propósito Dionisio estableció el año 1 o anno Domini (a. D.) como el año del nacimiento de Cristo, datación que se ha impuesto a pesar de que con mucha probabilidad es errada, pues el nacimiento de Cristo tuvo lugar durante el reinado de Herodes el Grande y antes de su muerte, acontecimiento mal calculado, según parece, por Dionisio, pues la muerte de este rey ya se ha establecido con toda seguridad en el año 4. a. C. por lo que el nacimiento de Cristo tuvo que tener lugar entre el año 6 y el 4 a. C.

Así, pues, nos encontramos con el hecho de que el nacimiento de Cristo no sólo no tuvo lugar un 25 de diciembre (ver https://creerycomprender.com/adaptacion-o-acomodacion), sino que se dio entre el año 6 y el 4 a. C., es decir antes del Año del Señor en el que presuntamente habría ocurrido, todo lo cual no dejan de ser más que curiosidades y detalles de la historia más que comprensibles y razonables, que no echan por tierra el hecho cierto de que el Hijo de Dios se encarnó como hombre en la persona de Jesús de Nazaret para dividir la historia humana en dos en un momento determinado que en la perspectiva divina estaba perfectamente calculado, preparado y establecido, de modo que llevó al apóstol Pablo a declarar de manera terminante: Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gálatas 4:4-5). Y ante esto, todo lo demás es anecdótico.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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