Los amalecitas fueron un pueblo que quedó marcado con un estigma nefasto para Israel en su peregrinaje por el desierto en dirección a la tierra prometida al oponerse a ellos de manera temprana sin provocación alguna. Como tales, fueron objeto del reiterado juicio divino en oportunidades posteriores, justificado en la oposición que le presentaron en esa primera oportunidad en que se encontraron en el desierto. Con todo, esta ocasión sirvió para ilustrar un muy importante principio acerca de la guerra espiritual, como lo es el crucial y favorable papel que en ella desempeña la oración constante y sin desmayar apelando a Dios para inclinar la balanza en la dirección deseada en el plano de la guerra física, en ejercicio de Su justicia: “Josué siguió las órdenes de Moisés y les presentó batalla a los amalecitas. Por su parte, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima de la colina. Mientras Moisés mantenía los brazos en alto, la batalla se inclinaba en favor de los israelitas; pero, cuando los bajaba, se inclinaba en favor de los amalecitas” (Éxodo 17:10-11). La batalla, pues, se libra siempre en dos planos paralelos, pero conectados entre sí: el plano físico, en el cual debemos esmerarnos por hacer nuestras tareas y desarrollar de manera valiente y concreta nuestros deberes y lo que Dios espera de nosotros; y el plano espiritual, en el cual debemos levantar nuestros brazos al cielo ꟷsímbolo de la oraciónꟷ, de manera constante y esforzada, sin desmayar, para lo cual es importante también contar con personas que oren con y por nosotros y nos brinden apoyo, como lo fueron Aarón y Jur para Moisés
Los brazos en alto
“El resultado de la batalla en el plano físico material y concreto es un reflejo del resultado de la batalla en el plano espiritual de la oración”
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