Decía Morris Mandel que: “La murmuración es el veneno de las personas con intelecto pequeño y gran complejo de inferioridad. Es… el microbio más mortífero. Carece de alas y de patas, y su cuerpo es todo lengua, en el cual lleva el aguijón ponzoñoso”. La murmuración es, en efecto y sin duda alguna, un hábito censurable propio de personas de baja calidad humana. Sus nocivos efectos son particularmente destructivos en las iglesias, en donde, en términos generales, se observa un relativo éxito en la erradicación de pecados flagrantes y evidentes, a pesar de lo cual prácticas como la murmuración parecen recrudecerse, como si las pasiones reprimidas en los primeros casos tuvieran que desfogarse a través de esta última. La Biblia advierte sobre los indeseables efectos de la murmuración al remitirnos a las consecuencias que ella trajo sobre los israelitas en su peregrinaje por el desierto, donde esta escena se repitió muchas veces: “Allí, en el desierto, toda la comunidad murmuró contra Moisés y Aarón” (Éxodo 16:2), siendo ésta una de las razones por las que tuvieron que deambular por el desierto durante 40 años:, y también una de las causas por las que la vieja generación de israelitas que salió de Egipto tuvo que perecer en él: “Ninguno de los censados mayores de veinte años, que murmuraron contra mí, tomará posesión de la tierra que les prometí…” (Números 14:29-30). La murmuración es condenable, además, por ser gratuitamente destructiva, pues siempre, de un modo u otro, termina distorsionando los hechos, minimizando sus bondades y exagerando sus dificultades
El microbio más mortífero
“La murmuración es una práctica censurable, calumniosa y maliciosa que distorsiona los hechos para minimizar sus bondades y exagerar sus dificultades”
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