En el Antiguo Testamento existen casos puntuales en que el paso de las aguas simbolizaba un cambio drástico e irreversible en la vida de quienes lo llevaban cabo. Se destacan entre estos el paso del Mar rojo por parte de Israel bajo la dirección de Moisés en el éxodo y el paso del Jordán para ingresar a la tierra prometida por este mismo pueblo bajo el liderazgo de Josué, el sucesor de Moisés. Ambos episodios revistieron, además, carácter milagroso, como podemos recordarlo en relación con el paso del Mar rojo, el más grande y emblemático de ambos: “Moisés extendió su brazo sobre el mar, y toda la noche el Señor envió sobre el mar un recio viento del este que lo hizo retroceder, convirtiéndolo en tierra seca. Las aguas del mar se dividieron, y los israelitas lo cruzaron sobre tierra seca. El mar era para ellos una muralla de agua a la derecha y otra a la izquierda” (Éxodo 14:21-22). Y es que el paso del Mar rojo significó el acto de liberación final por parte de Dios del anterior dominio tiránico y déspota que el faraón ejerció sobre los israelitas al esclavizarlos bajo su yugo. Una liberación irreversible que cerró el camino de regreso de Israel a Egipto y que, por cuanto ésta simboliza a su vez la liberación de la esclavitud del pecado, evoca también el carácter irreversible de la salvación llevada a cabo por Cristo en el creyente que da pie a lo que se designa como “la seguridad de la salvación” y al carácter igualmente irrevocable del llamado que Cristo formula a sus redimidos de vivir una vida al servicio de Su justa causa, pues; “… las dádivas de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento” (Romanos 11:29)
El paso del Mar rojo
“El paso del Mar rojo por parte de los judíos simboliza el carácter irreversible de la redención llevada a cabo por Cristo en la vida de los Suyos”
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