Los evangelios relatan así el encuentro entre un joven rico y Jesucristo: “Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19:16), a lo cual el Señor le respondió con una extraña y velada reprensión: “Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios…” (Mateo 19:17). Según parece, esta reprensión obedece a que este joven no entendía lo que implicaba su apelación a Cristo diciéndole “Maestro bueno”, que en su caso no parecía ser más que un formalismo adulador dirigido a Cristo, sin que procediera del entendimiento de que Él no era tan solo un “maestro” bueno, sino que era Dios mismo hecho hombre, el único estrictamente bueno en un sentido perfecto y superlativo. Así, pues, el Señor buscaba corregir esta comprensión defectuosa por parte del joven, tanto de su propia identidad en su condición divina y no meramente humana, como de la misma noción de bondad atribuida a Él, pues Dios no solamente es “bueno”, sino que Él es “El Bueno” por excelencia, la fuente de toda bondad y el referente para poder calificar algo como más o menos bueno. El salmista lo tenía presente cuando decía: “Den gracias al Señor porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre” (Salmo 118:1). Así, a diferencia de Dios en Quien la bondad es absoluta, en los seres humanos es una cualidad relativa, entre quienes alguien “bueno” lo es en un sentido comparativo, por hallarse por encima del promedio o por ser significativamente más bueno que otros y no porque lo sea en términos absolutos
Den gracias porque Él es bueno
"La bondad en el ser humano siempre será relativa e imperfecta, mientras que la bondad de Dios será siempre perfecta, completa, absoluta y eterna”






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