Dios no nos libra de pasar en esta vida por periodos tormentosos con sus olas amenazando nuestras seguridades y generando estados de incertidumbre, angustia y aflicción. De hecho, esas tormentas pueden ser propiciadas y calculadas a veces por Él para llevarnos a avanzar y a madurar un poco más en nuestro carácter. De lo que nos libra es de que nos rindamos a las circunstancias propias de estos periodos y dejemos de perseverar en la fe y de confiar en su protección y capacidad para sacarnos en su momento de ellos, como se describe en los salmos: “Habló Dios y se levantó un viento tormentoso que encrespó las olas que subían a los cielos y bajaban al abismo. Ante el peligro, ellos perdieron el coraje. Como ebrios tropezaban, se tambaleaban; de nada les sirvió toda su pericia. En su angustia clamaron al Señor y él los sacó de sus aflicciones. Cambió la tempestad en suave brisa: se sosegaron las olas del mar. Ante esa calma se alegraron y Dios los llevó al puerto anhelado” (Salmo 107:25-30), descripción que halla expresión concreta en dos ocasiones destacadas recogidas en la Biblia: en el caso del profeta Jonás tratando de rehuir y sacarle el cuerpo a la comisión a la que Dios lo había llamado y la tormenta levantada por Dios para hacerlo entrar en razón y llevarlo a la obediencia, y la tormenta padecida por los apóstoles en el Mar de Galilea en la que creyeron que naufragarían mientras el Señor Jesús dormía plácidamente en la barca sin temor, siendo sacado de su sueño por sus discípulos que acudieron a Él, Quien respondió calmando la tormenta
Cambió la tempestad en suave brisa
"En la vida debemos pasar tormentas y olas amenazantes en cuyas angustias y clamores podemos estar seguros de que Dios nos llevará al puerto anhelado”






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