Yo soy la verdad

Conceptualmente la verdad tiene tres niveles: el ontológico o relativo al ser de las cosas; el epistemológico o relativo al conocimiento de las cosas, y el expresivo o relativo a la comunicación del conocimiento sobre las cosas. En el primer sentido la verdad es simplemente lo que es: la realidad de las cosas. En el segundo sentido la verdad es la conformidad de nuestro pensamiento con la realidad de las cosas. Y en el tercero, la verdad es la conformidad de lo que expresamos con la realidad de las cosas. En este orden de ideas la verdad puede ser observada e investigada, puede ser conocida y puede ser comunicada a otros. Con todo, la verdad no es algo que se descubre, sino Alguien que se revela a sí mismo a quienes observan con atención y se manifiestan abiertos y sensibles a ella con humildad. Y ese Alguien es el Logos, el Verbo, la Palabra y la misma Lógica divina que estructura y se halla detrás de todo lo que existe, sustentándolo para que no se disgregue ni desintegre en la nada, sino que continúe existiendo y cuya manifestación más concreta y definitiva se da en Jesucristo, el Logos hecho hombre por nosotros. Así, pues, en la medida en que Jesucristo es el Logos de Dios hecho hombre, Él es la verdad final, en especial en lo que tiene que ver con la información que rige el funcionamiento de las fuerzas y leyes de la naturaleza que hacen posible nuestra existencia y los mandamientos llamados a orientar nuestra conducta, ninguno de los cuales pueden transgredirse impunemente y que le conceden a Cristo toda la autoridad para declarar: “-Yo soy el camino, la verdad y la vida -le contestó Jesús-. Nadie llega al Padre sino por mí” (Juan 14:6)