Como quiera que se entienda, triunfar en la vida es la frase que resume la principal aspiración humana que brinda estímulo, sentido y propósito a la existencia. Vencer en cualquier campo es una experiencia grata, más que por el hecho de derrotar a otros en franca lid; por los beneficios que se pueden obtener en el proceso. El evangelio es un mensaje de victoria sobre los poderes cósmicos del mal en todas sus formas, ya sea la impersonal que llamamos pecado y que opera en nuestro interior a través de lo que la Biblia llama “la carne”, o la concretamente personal que identificamos con Satanás y sus demonios. Sin perjuicio de la importancia de la imagen de Cristo en la cruz para expiar nuestros pecados; en virtud de su resurrección, la imagen del Cristo Victorioso ha sido también una de las más representativas en el arte religioso producido por la iglesia. Victoria de la que el creyente participa ya en su experiencia vital. Una victoria que, si bien es definitiva y completa al punto de no requerir de nuestra parte ningún aporte suplementario, aún no disfrutamos en pleno. Los ataques del diablo en contra nuestra, a pesar de lo exitosos y destructivos que puedan llegar a ser en algunos casos, vistos en la perspectiva correcta son tan sólo lo que se designa coloquialmente como “patadas de ahogado”, es decir intentos desesperados y estériles para no reconocer su derrota. Por eso, sin perjuicio de nuestras responsabilidades y desempeño en la batalla de la fe en la que nos hallamos involucrados, Dios nos revela que: “Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes. Que la gracia de nuestro Señor Jesús sea con ustedes” (Romanos 16:20)
Deja tu comentario