Es conocida la axiomática afirmación del evolucionismo darwinista en el sentido de que el mayor o menor grado de semejanza que se aprecia entre las estructuras morfológicas, biológicas, anatómicas y fisiológicas que podemos ver al comparar las diversas especies de seres vivos entre sí, sería el hecho fundamental que nos llevaría a la conclusión de que la gran variedad de seres vivos existentes actualmente y a lo largo del tiempo son únicamente ramas de un gran árbol genealógico con un sólo tronco o ancestro común que sería tal vez un organismo vivo unicelular supuestamente muy simple, del cual gradualmente habría surgido toda la asombrosa y compleja gama de seres vivos que vemos a nuestro alrededor mediante la llamada “selección natural” y la supervivencia del más fuerte o el mejor adaptado. Tanto que, como lo dice Phillip Johnson: “Los darwinistas consideran la evolución como un hecho… les da una explicación satisfactoria de la pauta de relación que vincula a todos los seres vivos… para ellos la relación biológica ‘significa’ relación evolutiva”. Lo cual no es más que un sofisma, pues esta relación biológica puede explicarse muy bien por economía de diseño, es decir, como lo dijo el científico Louis Agazzis, por “asociaciones de ideas en la mente divina”. Esta explicación para nuestra relación biológica es más verosímil que la evolución y deja en pie la revelación bíblica acerca de la especial dignidad humana por la que el género humano desciende de Dios mismo: “‘puesto que en él vivimos, nos movemos y existimos’. Como algunos de sus propios poetas griegos han dicho: ‘De él somos descendientes.’…” (Hechos 17:28-29)
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