La experiencia y la afirmación por parte de los creyentes de “conocer” a Dios en el sentido de estar convencidos de su realidad y de entender satisfactoriamente sus rasgos, atributos y carácter personal, sometiéndonos a Él en una relación confiada y alegre de afectuosa subordinación íntima de tipo interpersonal, implica no sólo reconocer a Cristo como Dios y como el único camino al Padre y el único mediador autorizado entre Dios y los hombres, sino también comprometernos de lleno en el propósito de honrar la verdad, de pensar con rectitud y de actuar con justicia, pues: “¡El Señor es Rey! ¡Regocíjese la tierra! ¡Alégrense las costas más remotas! Nubes y densa oscuridad lo rodean; la rectitud y la justicia son la base de su trono” (Salmo 97:1-2). De hecho, la verdad, la rectitud y la justicia asociadas a Dios como el fundamento de su trono tienen una relación estrecha en una sucesión de unidad y continuidad así: la verdad es cómo son las cosas, objetivamente hablando. La rectitud es cultivar un pensamiento que corresponda a la verdad de las cosas y la justicia es actuar voluntaria, libre, responsable y conscientemente conforme a la verdad en el ser y a la rectitud en el pensamiento. Es por eso que Anselmo de Canterbury decía que: “La verdad, la rectitud y la justicia se definen mutuamente… quien conociera una no podría no conocer las otras”, por lo que quien no honre, reconozca y trabaje de manera constante y laboriosa para lograr ajustar su vida lo más posible a la verdad, la rectitud y la justicia en realidad no conoce a Dios, aunque así lo afirme de labios para afuera
Rectitud y justicia son la base de su trono
"No conocemos a Dios realmente si no pensamos con rectitud y actuamos con justicia, pues Él es la verdad que sustenta la rectitud y la justicia”






Deja tu comentario