Un significativo número de dirigentes de la iglesia han sido culpables de predicar y no practicar, traicionando así la doctrina que pretenden divulgar y promover y brindando de este modo gratuita munición a los detractores del cristianismo para atacarlo y desvirtuarlo. Pero lo cierto es que cuando los cristianos incurren en este tipo de conductas, no están honrando de ningún modo los principios que dicen representar, por lo que su conducta, si bien brinda mala prensa a la doctrina cristiana, no la invalida ni mucho menos, como lo dejó bien establecido el propio Jesucristo en el evangelio cuando argumenta con impecable lógica: “Después de esto, Jesús dijo a la gente y a sus discípulos: «Los maestros de la ley y los fariseos tienen la responsabilidad de interpretar a Moisés. Así que ustedes deben obedecerlos y hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican” (Mateo 23:1-3). Así, el hecho de que la iglesia como institución no logre muchas veces estar a la altura de los altos ideales que promulga, no constituye una demostración de la ineficacia o de la falsedad del cristianismo. Porque descartar la validez de algo apoyados únicamente en sus peores versiones es deshonesto y malintencionado. Sobre todo porque en el caso de las versiones censurables del cristianismo, éstas son clara y expresamente condenadas en la Biblia de muchas maneras para todo el que se tome el trabajo de verificarlo, por lo que el cristianismo siempre podrá permanecer en pie a pesar de las salidas en falso de algunos de sus voceros o incluso de representativos sectores de la iglesia.
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