Asko Sirkiä llamaba nuestra atención al hecho de que: “Los niños… Nacen con el don de saber que, pidiendo persistentemente, pueden vencer toda resistencia de los padres y conseguir lo que quieren… La mayoría de los adultos hemos perdido la capacidad de pedir”. Pedir, en efecto, es considerado por muchos como una señal de debilidad, percepción equivocada que nos lleva a perder de vista que, en realidad, la incapacidad de pedir es un signo claro de orgullo injustificado. El Señor Jesucristo ilustró la buena disposición de Dios Padre para con los creyentes haciendo referencia a la habitual buena disposición de los padres hacia las espontáneas y naturales peticiones con las que sus hijos manifiestan su confianza, necesidad y dependencia de ellos: “»¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!” (Mateo 7:9-11), justificando en esto su generosa invitación previa a que: “»Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre” (Mateo 7:7-8), prometiendo así aquí, de manera sucesiva, que al buscarlo con persistencia lo hallaremos; que al llamarlo disfrutaremos de acceso inmediato, -sin antesalas ni restricciones de ninguna especie y en los mejores términos-, a su presencia en virtud de los méritos de Cristo a nuestro favor; y que, finalmente, recibiremos respuesta a nuestras peticiones.
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