Aristóteles dijo en relación con su maestro, Platón: “Amo a Platón, pero prefiero la verdad”. Apreciación muy oportuna también en la iglesia, en la que encontramos cierta forma de “magia autoritarista”, por la que los creyentes llegan a creer a ojo cerrado y sin someter a examen crítico todos los pronunciamientos hechos por sus carismáticos dirigentes desde su pedestal de autoridad, quienes no tienen muchas veces reparo en hacer declaraciones dogmáticas ligeras y con manifiesto descuido que revisten potencial peligro para quienes los escuchan como borregos y terminan extraviados debido al abuso consciente o inconsciente en el que sus líderes incurren desde su posición de autoridad, sin considerar el alcance y las consecuencias que muchas de sus declaraciones pueden tener en la vida y en la fe de los miembros de la iglesia. Un abuso más condenable todavía cuando se hace con plena conciencia, como en el caso de los pastores que pretenden dirigir y controlar la vida de los fieles mediante presuntas profecías personales para que hagan tal o cual cosa, relegando en ellos el saludable y responsable ejercicio de la libertad de examen y de conciencia tan apreciada en el protestantismo, a propósito de la respuesta dada por Martín Lutero a sus autoridades cuando le exigían retractarse de su posición en la Dieta de Worms: “A menos que se me convenza por las Sagradas Escrituras o por razones evidentes, no puedo retractarme. Mi conciencia está cautiva en la Palabra de Dios y obrar contra la conciencia no es recto ni seguro. Dios me ayude”. Porque en el evangelio: “–¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!…” (Hechos 5:29)
Obedeciendo a Dios y a nuestra conciencia
“Nuestro aprecio y lealtad a nuestros maestros y autoridades no puede estar por encima de nuestra lealtad a Dios y a la verdad”
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