Todos hemos pasado por situaciones de injusticia acompañadas del secreto anhelo de que, si la injusticia es inevitable en significativas ocasiones, que por lo menos lo sea a favor nuestro. Pero lo cierto es que, desde la óptica bíblica, es preferible padecer la injusticia que cometerla. No podría ser de otro modo a la vista del ejemplo provisto por Jesucristo. Sin embargo, tomar la decisión de soportar la injusticia no es una legitimación de la impunidad, sino un reconocimiento de que la justicia divina está por encima de la humana y que, en los casos en que suframos injusticias y los tribunales humanos sean inoperantes para fallar a nuestro favor, es preferible hacer lo que hizo el Señor que: “… encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23 RVR), y no ceder a la tentación de hacer justicia por nuestra propia mano. Y es que la aparente impunidad que acompaña a las injusticias que, eventualmente, los demás cometen contra nosotros, puede llevarnos a desear tomar venganza, y de hacerlo corremos siempre el riesgo de excedernos, dando lugar a un círculo vicioso de represalias de parte y parte que, como una bola de nieve, crece cada vez más sin detenerse y pueden dar lugar a enemistades tan proverbiales como la de los Montesco y los Capuleto, cuyo origen real fue tal vez una pequeñez que ya nadie recuerda. Por eso, lo mejor que podemos hacer ante las inevitables situaciones de injusticia que padezcamos es obedecer la instrucción bíblica: “No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza; yo pagaré», dice el Señor… ” (Romanos 12:19)
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