Decía Moliere que “Cuanto más queremos a nuestros amigos, menos los lisonjeamos”. Eso explica por qué en la Biblia y siempre bajo la inspiración divina, quedaron registrados tantos episodios vergonzosos para sus protagonistas humanos y escandalosos para los lectores modernos, pues dada la naturaleza pecaminosa del hombre, no debe sorprendernos que algunas de sus historias más truculentas y escabrosas quedaran consignadas allí como situaciones de hecho, sin que por ello deba presumirse que son aprobadas o tan siquiera toleradas por Dios. Por el contrario, si han sido recogidas en la Biblia fue para reprenderlas y condenarlas, advirtiéndonos así de manera gráfica sobre las consecuencias del pecado. En esta época de eufemismos que suavizan todo lo que no queremos escuchar o mencionar por su nombre porque nos parece “muy crudo”, no podemos acercarnos a la Biblia con el deseo de escuchar lo que nos agrada o lo que nos conviene. Dios nos ama y precisamente por eso no está dispuesto a tratar lisonjeramente a la humanidad. Él mismo ha dicho: “A fin de cuentas, más se aprecia al que reprende que al que adula” (Proverbios 28:23). Después de todo, confrontar la verdad de nuestra naturaleza pecaminosa no es grato, pero es necesario para poder apreciar y aplicar la solución que Dios en su amor ha provisto para el pecado en el evangelio de Cristo. Definitivamente, no acudimos a la iglesia para oír lo que queremos oír sino lo que necesitamos escuchar, puesto que: “Todo eso sucedió para servirnos de ejemplo, a fin de que no nos apasionemos por lo malo, como lo hicieron ellos… ” (1 Corintios 10:6-10)
Mejor el que reprende que el que adula
“La Biblia es obscena y primitiva, pero no a causa de Dios, sino de muchas de las historias humanas que se censuran en ella”
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