Llegar primero a la meta no es la finalidad de la vida cristiana, como sucede en las competencias atléticas con las que la fe es comparada en las Escrituras, sino terminar la carrera sin ser descalificado en el proceso. Ahora bien, la descalificación en la vida cristiana no significa necesariamente la pérdida de la salvación, ni tiene lugar por causa de que nuestro ritmo de carrera sea más lento que el de los demás, sino que tiene que ver más con no prepararse para correrla con la seriedad y disciplina debidas, conforme a nuestras capacidades individuales, ni respetar las reglas de la competencia. En este sentido Pablo deja constancia de la responsabilidad que implicaba para él participar de la carrera de la fe y de la preparación y el enfoque permanente incorporado por él en todo lo que hacía, teniendo la meta presente siempre por delante, con el fin de que, llegado el momento, él pudiera seguir siendo un ejemplo para el resto de creyentes y un punto de referencia en cuanto al correcto y adecuado desempeño en la carrera, y no tener así que pasar por la vergüenza de la descalificación en el sentido de haber marcado el ritmo y la pauta de carrera para los demás, sólo para descuidarse finalmente y perder el ritmo y llegar a la meta rezagado y por debajo de lo esperado de alguien como él: “Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado” (1 Corintios 9:26-27), actitud que, guardadas las debidas proporciones, se vuelve también normativa para los demás creyentes en la iglesia de Cristo
No corro como quien no tiene meta
“La carrera de la fe no la gana quien llega primero sino todo el que la termina pues aquí no hay tiempos que descalifiquen”
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