La dialéctica es un procedimiento lógico y argumentativo que busca establecer la verdad por medio de afirmaciones contrarias entre sí que, si bien no pueden, por esta razón, ser ambas ciertas al mismo tiempo, sí pueden contener alguna dosis de verdad que, mediante una profundización y esclarecimiento más detallado de cada una de ellas, nos permita llegar a síntesis concluyentes que logren extraer la verdad presente en cada una de ellas para avanzar en el conocimiento y comprensión del asunto en cuestión. Así, pues, los desacuerdos pueden ser oportunidades para llevar adelante este proceso, si se asumen de manera constructiva, como sucedió, por ejemplo, en el desacuerdo público entre los apóstoles Pablo y Pedro, que sirvió para formular con mayor claridad el fundamento del evangelio y dejarlo establecido para todos más allá de discusión: “Pues bien, cuando Pedro fue a Antioquía, le eché en cara su comportamiento condenable. Antes que llegaran algunos de parte de Jacobo, Pedro solía comer con los gentiles. Pero cuando aquéllos llegaron, comenzó a retraerse y a separarse de los gentiles por temor a los partidarios de la circuncisión. Entonces los demás judíos se unieron a Pedro en su hipocresía, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por esa conducta hipócrita. Cuando vi que no actuaban rectamente, como corresponde a la integridad del evangelio, le dije a Pedro delante de todos: «Si tú, que eres judío, vives como si no lo fueras, ¿por qué obligas a los gentiles a practicar el judaísmo? »Nosotros somos judíos de nacimiento y no ‘pecadores paganos’” (Gálatas 2:11-15)
Los desacuerdos como oportunidades
“Los desacuerdos no deben verse como amenazas contra la unidad sino como ocasiones para establecer mejor la verdad al respecto”
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