Con todo y el hecho de que el arrepentimiento, la confesión y la fe en la obra consumada por Cristo en la cruz tenga el poder de purificar y aligerar nuestras conciencias de las cargas de culpabilidad que pesan sobre ella; de cualquier modo, el cristiano sensible, saludable y maduro debe experimentar cierta intranquilidad de conciencia o incomodidad mental en lo concerniente a los puntos ciegos en su entendimiento de la verdad. Y debido precisamente al característico y necesario énfasis histórico del protestantismo en la evangelización, en la fe y en la conversión personal y su condenación de las buenas obras como medio de salvación; uno de los aspectos de la verdad que puede llegar a ignorarse fácilmente en el ámbito evangélico son las implicaciones sociales del evangelio tales como el servicio y la acción social, imprescindibles para establecer la tan anhelada justicia social, reivindicada por los profetas del Antiguo Testamento. Lo que los teólogos liberales llamaron el “evangelio social”. Pero lo cierto es que el “evangelio social” no es un descubrimiento de los teólogos liberales, sino que se encuentra en el mismo corazón del mensaje cristiano, como lo admite el apóstol Pablo al informarnos de su visita a los dirigentes de la iglesia en Jerusalén con estas palabras: “En efecto, Jacobo, Pedro y Juan, que eran considerados columnas, al reconocer la gracia que yo había recibido, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de compañerismo, de modo que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los judíos. Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, y eso es precisamente lo que he venido haciendo con esmero” (Gálatas 2:9-10)
Los puntos ciegos y el evangelio
“Los creyentes debemos estar revisando con la ayuda del Espíritu los puntos ciegos que podamos tener en nuestra visión de fe”
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