Los desacuerdos son inevitables, pues todos somos personas diferentes y únicas que no piensan en todo como los demás. Y si bien los criterios universales de lo que es verdadero, justo, razonable, prudente o sensato nos llevan por lo general a estar de acuerdo entre nosotros sin demasiada dificultad en aras de la sana y constructiva convivencia social, no siempre coincidimos en todo si de honrar nuestra conciencia se trata y de hacer lo que en un momento dado consideramos lo correcto y lo más conveniente o recomendable. Así les sucedió a Pablo y Bernabé en relación con el evangelista Juan Marcos, autor del evangelio que lleva su nombre, que había desertado en el primer viaje misionero, razón por la cual Pablo no quería que los acompañara en el segundo, en oposición a la opinión de Bernabé que insistía en darle una segunda oportunidad, desacuerdo que ocasionó la ruptura de este equipo misionero: “Resulta que Bernabé quería llevar con ellos a Juan Marcos, pero a Pablo no le pareció prudente llevarlo, porque los había abandonado en Panfilia y no había seguido con ellos en el trabajo. Se produjo entre ellos un conflicto tan serio que acabaron por separarse. Bernabé se llevó a Marcos y se embarcó rumbo a Chipre,mientras que Pablo escogió a Silas. Después de que los hermanos lo encomendaron a la gracia del Señor, Pablo partió…” (Hechos 15:37-40). Pero esta historia tiene final feliz, pues Pablo y Marcos se reconciliaron, como lo indica lo dicho por el primero de ellos en una de sus epístolas escritas desde la prisión: “Sólo Lucas está conmigo. Recoge a Marcos y tráelo contigo, porque me es de ayuda en mi ministerio” (2 Timoteo 4:11)
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