Dios nunca ha guardado un silencio absoluto en relación con los seres humanos. No sólo en virtud de la disponibilidad de las Sagradas Escrituras, Su Palabra escrita, sino incluso al margen de ella. Cuando Pablo dio a conocer el evangelio de Cristo a los cultos atenienses no hizo referencia a las Escrituras para establecer la realidad del único Dios verdadero, sino al testimonio de reconocidos autores griegos paganos, como Epiménides, Arato y Cleantes, que también daban cuenta de Él. Y es que el testimonio es la vía de acceso a la fe, y no las pruebas que muchos equivocadamente exigen. Porque las pruebas, además de estar circunscritas a la ciencia moderna, no demandan confianza, sino un simple y frío dominio del procedimiento, por lo que las pruebas están diseñadas para una élite, la de los especialistas y, una vez surtidas mediante el correspondiente procedimiento, sus resultados reclaman aceptación por parte de todos sin que haya alternativas al respecto. Mientras que en el testimonio la confianza que el testigo nos merece sí es importante. Y la fe es, justamente, confianza. Una confianza que nos permite ejercer nuestra capacidad de decisión de manera responsable y no nos deja sin opciones. Porque la fe también debe ser una opción que elegimos voluntariamente en último término, y no algo impuesto por la fuerza de las pruebas. Y la misma naturaleza brinda abundantes testimonios a favor de Dios, como lo señaló también el apóstol: “Sin embargo, no ha dejado de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del cielo y estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón” (Hechos 14:17)
Lluvias del cielo y estaciones fructíferas
6 octubre, 2022
2 Lectura mínima
“Las pruebas exigen dominio del procedimiento, los testimonios confianza en el testigo. Por eso Dios da testimonios y no pruebas”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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