Quienes buscan descalificar al cristianismo caracterizándolo como uno más de los relatos mitológicos del pasado que estamos llamados a superar, no sólo pasan por alto el amplio fundamento histórico que el cristianismo posee y que lo pone en una categoría aparte en relación con todas las mitologías y religiones de misterio de la antigüedad, sino que no tienen en cuenta tampoco que el cristianismo mismo es una doctrina desmitificadora que combate, desmantela y deja expuestas a las mitologías ya existentes en el momento de su aparición, y no ha perdido nunca el potencial para seguirlo haciendo así con los mitos modernos de hoy de carácter ya no sólo religioso, sino pseudocientífico, promovidos por las ciencias naturales y las ciencias humanas indistintamente, como lo hacían los apóstoles en su momento siempre que tenían la oportunidad: “Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar en el idioma de Licaonia: -¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos! A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes, porque era el que dirigía la palabra. El sacerdote de Zeus, el dios cuyo templo estaba a las afueras de la ciudad, llevó toros y guirnaldas a las puertas y, con toda la multitud, quería ofrecerles sacrificios. Al enterarse de esto los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron las vestiduras y se lanzaron por entre la multitud, gritando: -Señores, ¿por qué hacen esto? Nosotros también somos hombres mortales como ustedes. Las buenas nuevas que les anunciamos es que dejen estas cosas sin valor y se vuelvan al Dios viviente, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos” (Hechos 14:11-15)
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