La autopromoción es una de las tentaciones que acecha a todos los hombres a la hora de lidiar con nuestras inseguridades de todo tipo y alimentar nuestro ego de forma artificial e injustificada, pretendiendo recibir recompensas y reconocimientos forzados y en ocasiones inmerecidos por lo que hacemos y los logros presuntamente alcanzados a su sombra. Entre otras cosas, porque: “Cada cual cree que lo que hace está muy bien, pero el SEÑOR es el que juzga las verdaderas intenciones” (Proverbios 21:2 PDT) y eso matiza de forma significativa y pone nuestros logros en su justo lugar y proporción. De ahí la insistente recomendación bíblica en el sentido de no obsesionarnos ni hacer depender nuestro sentido de valor propio en ningún aspecto de nuestra propia y siempre sesgada y engañosa opinión, actitud que culmina siempre, de manera invariable, en el alarde y la jactancia censuradas por igual en las Escrituras. La autoexaltación y la consecuente búsqueda de alabanzas por parte de los demás sólo deja en evidencia nuestros temores e inseguridades y no tiene en cuenta lo dicho por el sabio rey Salomón: “Deja que sean otros los que te alaben; no está bien que te alabes tú mismo” (Proverbios 27:2 DHH).Además, incluso las alabanzas merecidas recibidas de otros son una prueba de fuego para nuestro carácter y madurez, dependiendo de cómo reaccionemos ante ellas, pues: “… las alabanzas prueban al ser humano” (Proverbios 27:21 PDT). Por eso, al final de todo y de manera concluyente: “… no es aprobado el que se recomienda a sí mismo sino aquel a quien recomienda el Señor” (2 Corintios 10:18)
Las alabanzas: prueba de fuego
“No somos nosotros los llamados a exaltar nuestros logros pues en último término es Dios quien promociona a quien Él quiere”
Deja tu comentario