La nación hebrea, así como el resto de pueblos del Medio Oriente en general, eran comunidades de tradición oral. Es decir que los valores, enseñanzas y conocimientos se transmitían de viva voz de una generación a la siguiente, de padres a hijos, mediante la repetición constante y sistemática de todos los contenidos de su acervo cultural, dentro del cual se destacaba la revelación contenida en la Biblia, gran parte de cuyos textos eran aprendidos de memoria por las nuevas generaciones a fuerza de escucharla repetidamente en boca de sus padres, anticipando lo dicho por el apóstol Pablo en Romanos 10:17 en cuanto a que: “… la fe viene como resultado de oír el mensaje…”. Si bien es cierto que, como lo hemos dicho ya en otro segmento, las primeras generaciones pueden otorgar ventaja a las siguientes en todos los aspectos de la vida y en especial en lo que concierne a la fe en Dios, también lo es que esto no sucede de manera automática. Porque así como se requiere esforzarse en otorgar un buen ejemplo, buenas relaciones y un buen ambiente social producto de una vida realizada y exitosa que les reporte la mencionada ventaja a las siguientes generaciones; nada de esto es suficiente si no logramos transmitirles con eficacia nuestra fe en el Dios vivo y verdadero revelado en Jesucristo. Por eso nuestro esfuerzo debe incluir antes que nada el siguiente ejercicio: “Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6-7)
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