La ciencia sin fe pierde su norte y, como lo decía el teólogo Paul Tillich: “plantea serios problemas espirituales que se resumen en la pregunta básica: ‘¿para qué?’… Se trata de avanzar sin retroceder, constantemente, y sin contar con un objetivo concreto… El deseo de avanzar, sea cual fuere el resultado, es en realidad la fuerza motriz”. La ciencia se mueve así en una línea horizontal que, si no se balancea correctamente por la línea vertical de la fe, “lleva a la pérdida de todo contenido significativo y a la completa vacuidad”. Fue este teólogo quien distinguió entre “preocupaciones preliminares” y “preocupación última”, siendo las primeras las preocupaciones cotidianas que nos ocupan y que no tienen que ver directamente con Dios sino con los gajes y afanes inmediatos de la vida humana, y la última es la preocupación que concierne exclusivamente a Dios de manera directa. Así, pues, la ciencia se ocupa de cuestiones útiles y necesarias, pero siempre preliminares de la vida humana, mientras que la fe da cuenta de la preocupación última que subyace a todas ellas y que únicamente Dios puede responder y resolver. Dicho de otro modo, la ciencia se encarga de dar respuesta a la pregunta por el “cómo”, mientras que la teología y la filosofía se ocupan de hacerlo con el “por qué” y el “para qué” sin que haya entre ellas una oposición necesaria sino más bien una provechosa complementaridad. Sin embargo, la fe tiene prioridad, como se deduce de la pregunta formulada por el Señor: “Les digo que sí les hará justicia, y sin demora. No obstante, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»” (Lucas 18:8)
La prioridad de la fe sobre la ciencia
“El potencial de la ciencia para el mal debe llevarnos a devolverle a la fe su lugar debido para que la ciencia no pierda su norte”
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