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La ley: diagnóstico del pecado

“La ley diagnostica nuestro pecado de modo que nadie pueda excusarlo, pero el evangelio lo cura mediante el perdón de Cristo”

La grandeza de la salvación es proporcional a la gravedad del pecado, de donde tratar el pecado superficialmente conlleva tratar con la misma superficialidad la salvación. Una expresión de esta situación podemos verla en el típico y acertado esquema luterano de “ley y evangelio”, que sostiene que en toda la Biblia, ─tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento─, se entremezclan de tal modo estos dos elementos de la revelación de Dios ─la ley, para poner en evidencia el pecado, y el evangelio para perdonarlo─ que no pueden llegar a separarse en la predicación si es que deseamos que ésta produzca como fruto auténticas conversiones en todo el sentido de la palabra. La razón es que si se administra el evangelio sin la ley, la persona no ve entonces su necesidad y lo rechaza menospreciándolo o, en el mejor de los casos, lo acepta sin cumplir con los requisitos bíblicos establecidos para poder beneficiarse de él. Por otra parte, si se administra la ley sin el evangelio, las personas se ven arrojadas a la desesperación y la desesperanza. Lo cierto es que la ley duele porque diagnostica nuestra condición caída dejando expuesta sin excusas ni atenuantes nuestra naturaleza pecaminosa en pleno y solo contra este trasfondo se puede apreciar en toda su magnitud la gracia del evangelio que provee la medicina para superar y dejar atrás esta trágica situación. De nada sirve al diagnóstico sin la consecuente medicina correspondiente, como tampoco sirve la medicina sin un diagnóstico previo. Por eso:“… la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe” (Gálatas 3:24)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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