Los tiempos actuales se caracterizan por imponer sobre los hombres ritmos frenéticos de actividad en aras de la “productividad”, asociando esta última con el éxito y la realización en la vida. Pero la esterilidad y profunda insatisfacción resultante de este ejercicio ha dado pie a la expresión “carrera de ratas” para señalar la necedad de involucrarse obsesivamente en todo este tipo de actividades dirigidas a obtener un nivel de productividad, riqueza, confort, bienestar y éxito profesional muy elusivo, caracterizado por el consumo desmedido y que, por lo mismo, siempre se encuentra más allá demandando, de manera insaciable, más y más de nosotros, ocupados como estamos de nuestros asuntos e intereses y siendo indiferentes hacia los de los demás. Entre estos asuntos que no atendemos están nuestras responsabilidades para con Dios, cuyo descuido culpable trae como resultado la insatisfacción en todos los frentes de nuestra vida y la desproporción entre nuestros esfuerzos y los precarios frutos que obtenemos de ellos, como lo denuncia el profeta: “»Ustedes esperan mucho, pero cosechan poco; lo que almacenan en su casa, yo lo disipo de un soplo. ¿Por qué? ¡Porque mi casa está en ruinas, mientras ustedes sólo se ocupan de la suya! -afirma el Señor Todopoderoso-. »Por eso, por culpa de ustedes, los cielos retuvieron el rocío y la tierra se negó a dar sus productos. Yo hice venir una sequía sobre los campos y las montañas, sobre el trigo y el vino nuevo, sobre el aceite fresco y el fruto de la tierra, sobre los animales y los hombres, y sobre toda la obra de sus manos.»” (Hageo 1:9-11)
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