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La defensa cotidiana de la fe

“No debemos esperar tener el valor de morir por nuestras convicciones si no hemos tenido el valor de vivir para defenderlas”

Los mártires ponen la vara muy alta para la cristiandad a la hora de mantenernos fieles a nuestras convicciones, incluso cuando nuestra vida se halle en juego. De hecho, la historia temprana de la iglesia deja constancia de la existencia de ciertos cristianos conocidos como “los espontáneos” debido a que, en épocas de persecución contra el cristianismo por parte del imperio romano, estos personajes se ponían en evidencia como creyentes ante las autoridades imperiales sin esperar a ser requeridos por ellas, movidos por el deseo de sufrir por el evangelio y de ser martirizados por su causa, sólo para terminar renegando de su fe en el momento culminante ante la severidad de las torturas de las que fueron víctimas. Es que la defensa de nuestra fe es un ejercicio para el que debemos entrenarnos gradual y continuamente a lo largo de toda nuestra vida cristiana y no algo abrupto y momentáneo para lo que estemos sobrenaturalmente dotados en el crítico momento en que nuestra vida se encuentre bajo amenaza por esta razón. Ya lo dijo Sheila Cassidy: “El valor para morir por sus convicciones sólo se concede a quien tiene el valor de vivir para defenderlas”. Así, pues, sólo quien se prepara para defender sus convicciones con eficacia siempre que se le requiera en el curso de su vida, podrá defenderlas con éxito y sin traicionarlas al ser confrontado con la muerte por causa de ellas, como lo hacía Pablo siempre que fuera oportuno: “«Padres y hermanos, escuchen ahora mi defensa.»… Pablo respondió: -Sé que desde hace muchos años usted ha sido juez de esta nación; así que de buena gana presento mi defensa” (Hechos 22:1; 24:10)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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