La Biblia como espejo

Al leer la Biblia con actitud desprejuiciada y honesta, nos vemos reflejados de manera personal en muchos de sus protagonistas e incluso sus personajes secundarios, cuyas luchas, historias y circunstancias no son muy diferentes en realidad a las nuestras, a pesar del tiempo que nos separa de ellos y el muy diferente contexto cultural en el que de seguro nos desenvolvemos hoy. En consecuencia, es inevitable que nos identifiquemos con ellos en muchos aspectos, un buen número de los cuales no son, infortunadamente, aquellos que son dignos de elogio sino más bien los que Dios y nuestra inherente moralidad censurarían, dejándonos en mala posición delante de Dios y nuestra conciencia. Sin embargo, en la Biblia también encontramos anunciada en el Antiguo Testamento y plenamente revelada y manifestada en el Nuevo a la persona de Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre por nosotros y constituido como tal en el modelo perfecto e ideal al que toda la humanidad está llamada a conformarse en el evangelio. Así lo entendió Juan el Bautista, considerado y declarado en los evangelios por el propio Señor Jesucristo como el más grande hombre nacido en época del Antiguo Testamento, no obstante lo cual el mismo Juan Bautista señaló a Cristo para decir: “A él le toca crecer, y a mí menguar “ (Juan 3:30), declaración que todo creyente debe suscribir al contrastar en el espejo provisto por la Biblia la muy defectuosa imagen propia en ella reflejada y la imagen ejemplar de Cristo, a quien debemos asemejarnos más, para que cada día nuestro carácter sea más parecido al de Él