El llamado “mito del progreso” es la idealista y algo ingenua creencia moderna alimentada por el pensamiento de Hegel en el sentido de que el simple paso del tiempo implica casi de manera automática progreso para la humanidad. Pero la historia demuestra que esto no es así, pues en muchos casos el paso del tiempo lo que marca es retrocesos en relación con las condiciones pasadas del mundo en cuanto a la justicia, la prosperidad y la paz, a pesar de los innegables avances experimentados por la ciencia en los últimos siglos. Y del mismo modo, a nivel personal y en el contexto de la fe, tener mucho tiempo de cristiano no necesariamente implica poseer un carácter maduro, íntegro y equilibrado, aprobado por Dios, a pesar de la experiencia acumulada que no siempre logra ser bien asimilada para moldear constructivamente nuestro carácter, como Dios lo espera y demanda de nosotros. De hecho, tener que alardear delante de otros del tiempo que llevamos como cristianos para certificar de este modo nuestra condición de creyentes desde posiciones de presunta superioridad apoyada tan sólo en nuestra antigüedad, no es de ningún modo una señal de madurez, sino todo lo contrario, pues si algo denota madurez en el cristianismo es la humildad del que no baja la guardia y nunca presume haber llegado ya a la meta o estar en posiciones tan seguras y experimentadas que lo eximan ya de la vigilancia continua y de la perseverancia requerida por Dios para todos sus redimidos, como lo advierte el apóstol Pablo: “… Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer”(1 Corintios 10:11-12)
La antigüedad no es madurez
“Llevar tiempo en el evangelio no indica madurez cristiana cuando da lugar a actitudes de sobrada y orgullosa autosuficiencia"
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