La autosuficiencia es una actitud típica del no creyente, pues la resistencia a creer hunde con frecuencia sus raíces en la negativa a sacrificar la engañosa y autodestructiva autonomía respecto de Dios que los no creyentes pretenden a toda costa conservar. Sin embargo, la autosuficiencia también puede hacer presa de los creyentes que, a pesar de llevar mucho tiempo en el evangelio, no han madurado como deberían y que, por el hecho de tener ya una gran familiaridad con los contenidos de la revelación en la Biblia, terminan entonces dándola por descontada como si ya no tuvieran más que aprender de ella. Esta forma de autosuficiencia puede ser nefasta para la vida cristiana, pues conduce a la persona a prescindir de la oración diaria y sincera recomendada en la Biblia a los creyentes que, no obstante conocer la revelación de Dios en su Palabra, acuden siempre a ella en un espíritu de humilde dependencia de la guía diaria de Dios a través del Espíritu Santo, el inspirador de la Biblia, que por lo mismo, es quien mejor puede revalidarla y actualizarla diariamente para el creyente que apela a Dios cada día de este modo, afinando sus facultades para obedecerla. Porque al prescindir de esto, la fe vital puede degenerar en una fe meramente formal, regida por la letra muerta pero carente del Espíritu, desviando al creyente de manera sutil, gradual y creciente del camino correcto, debido justamente a su presunción de conocerlo bien y estarlo recorriendo con ventaja. Por eso, una vez más cobra vigencia la amonestación paulina: “… Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer” (1 Corintios 10:11-12)
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