Como ya se señaló en su momento, los fariseos y doctores de la ley habían pervertido los juramentos al punto que, más que garantizar la verdad como fue su propósito original, terminaron fomentando la mentira mediante los tecnicismos legales que todos estos personajes inventaron para poder jurar y mentir al mismo tiempo de manera impune. Tecnicismos que, pretendiendo ser muy sofisticados y elaborados, resultan siendo tan pueriles como lo es en un niño cruzar los dedos detrás de la espalda para invalidar el juramento pronunciado que le están requiriendo sus compañeros de juego. Sin embargo, estos tecnicismos no eran tan inofensivos como los de los niños, pues mediante ellos un hijo podía eludir sus responsabilidades y obligaciones para con sus padres caídos en desgracia, contando con el respaldo de los dirigentes religiosos; o estos mismos dirigentes podían imponer restricciones muy minuciosas, pesadas y detalladas sobre los demás en cuanto a lo que era lícito hacer en el día de reposo, mientras ellos mismos las quebrantaban recurriendo a estos tecnicismos y nimiedades al jurar, como lo denunció el Señor: “»¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: ‘Si alguien jura por el templo, no significa nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado por su juramento.’ ¡Ciegos insensatos! ¿Qué es más importante: el oro, o el templo que hace sagrado al oro?…” (Mateo 23:16-22), cortando, entonces, por lo sano al desechar los juramentos: “… no juren ni por el cielo ni por la tierra ni por ninguna otra cosa. Que su «sí» sea «sí», y su «no», «no», para que no sean condenados” (Santiago 5:12)
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