La Biblia utiliza la palabra “llamado”, para referirse a la invitación que Dios formula a todos los seres humanos en general para que acudan con humildad y arrepentimiento a Cristo, creyendo y confiando sin reservas en Él y en su obra consumada en la cruz del Calvario para nuestra salvación y se comprometan así en el servicio de su causa. El vehículo humano por excelencia para formular este llamado divino suele ser la predicación, sin que esto signifique que esté restringido tan sólo a ella. Sin embargo y aunque no se puedan separar al darse siempre entremezclados entre sí, la teología distingue entre el “llamado externo”, que es propiamente el que se escucha a través de la predicación y la evangelización de la iglesia, y que puede ser rechazado por el oyente en múltiples ocasiones; y el “llamado interno”, formulado directamente por la gracia de Dios al corazón del creyente, y cuyo resultado, -la voluntaria aceptación humilde que responde a este llamado por medio de la rendición y la fe en Cristo, calificándonos para ser legítimamente llamados “hijos de Dios”-, es seguro en todos los casos en que tenga lugar, sin que esto implique forzar la voluntad de quien lo escucha. Se entiende así que muchos sean invitados a través del llamado externo de la Iglesia, pero pocos sean efectivamente escogidos mediante el llamado interno de Dios, pues el llamado externo de la iglesia puede tener una mayor o menor capacidad persuasiva, pero únicamente el llamado interno de Dios tiene un decisivo poder de convicción. Esto explica lo dicho por el Señor: “… muchos son los invitados, pero pocos los escogidos.»” (Mateo 22:14)
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